El 28 de abril es la fecha de la inercia consumada. El peor resultado electoral del Partido Popular en su historia confirma los datos que compartió Pablo Casado en varios momentos de la campaña electoral: recibió de Mariano Rajoy un partido precipitado ya al abismo, con solo el 17% de intención de voto, y este mismo porcentaje de apoyos es el que obtuvo ayer en las urnas.

El voto de castigo al PP ha sido un voto plenamente fidelizado

De la caída libre solo es posible librarse con un buen paracaídas. El paso de los días de campaña y de las encuestas confirmaban que la remontada no llegaba.

La insistente apelación al voto útil y a la alternativa de un nuevo gobierno de Pedro Sánchez con sus socios de moción de censura no han modificado el escenario lo más mínimo. En cambio, Sánchez sí ha sido capaz de capitalizar, desde la perspectiva que solo concede Moncloa, el voto útil del bloque de izquierdas, principalmente a costa de Podemos y Compromís. Y este voto útil se ha convertido en voto inteligente, maridado por la Ley D’Hont.

Tanto en Ciudadanos como en Vox, los votantes que abandonaron el partido a lo largo de la anterior legislatura han obviado la renovación de Pablo Casado y han optado por mantener su decisión de castigar a sus siglas de siempre en las urnas.

Con un escenario ideológicamente fragmentado, el resultado ha reflejado esta división a costa del amplio espectro del centro-derecha que el PP ocupó hasta 2011.

Ayer perdió más de la mitad de los escaños obtenidos en 2016, poniendo en riesgo el liderazgo de la oposición, con Albert Rivera a solo 220.000 votos.

Ciudadanos y Vox comparten foco de explosión y razón de ser electorales. La renuncia del Partido Popular a abanderar la defensa abierta de la unidad de España en Cataluña. Ciudadanos, a fuego lento, desde su nacimiento hasta el 1 de octubre de 2017.

Y Vox, como resultado de la parálisis del gobierno de Rajoy tras la declaración de independencia en el Parlamento de Cataluña y la aplicación blanda del artículo 155. En ambos casos, la unidad. En ambos casos, Cataluña. En ambos casos, con Rajoy al frente. Y es en Cataluña donde el PP ha consumado también una sangrante pérdida de votos.

El único logro, el escaño de Cayetana Álvarez de Toledo. Un logro trascendental para recuperar ahora la confianza de su electorado en el conjunto de España.

La errática estrategia electoral

La incapacidad del PP para recuperar votos en los nueve meses de Pablo Casado al frente del partido se debe principalmente a la errática estrategia diseñada por Javier Maroto y Teodoro García Egea, pilares de acción y de organización del proyecto de Casado. La primera consecuencia es que el propio director de campaña (permanente) no ha obtenido escaño por Álava.

La estrategia no ha reflejado con ambición y sin ambages la necesidad de comunicar el perfil del nuevo líder y el recuperado proyecto político desde el centro hasta la derecha.

Tampoco ha dibujado el campo de batalla mediática y lingüística real, que debía haber dirigido tanto al adversario en la aspiración de gobierno, el PSOE, como a los enemigos naturales que le disputaban el espacio ideológico: Ciudadanos y Vox, ambos por igual. La dificultad de la fragmentación y el objetivo de gobernar debían haber contado con firmes estrategias particulares de posicionamiento frente a todos los actores de la escena. Por el contrario, los intentos de reunificación de listas electorales no han resultado ser sino una muestra de debilidad propia y un reconocimiento de la fortaleza de Rivera y Santiago Abascal para retener votantes.

El cuarto elemento en escena eran precisamente los votantes desencantados, refugiados en Ciudadanos y en Vox.

A ellos debía haber dirigido el PP mensajes de reconquista incesante; de motivos ilusionantes -no meramente convincentes- para volver. Como debía haber sido nítida la desvinculación con el gobierno de Rajoy y con las cuestiones que habían motivado la millonaria huida de votantes. A ellos debía volver a enamorar; no a los partidos en los que se habían refugiado. Considerar en algunas fases de la campaña a Ciudadanos y Vox como compañeros de viaje ha sido contraproducente en su aspiración de recuperar votos, pues no han obligado a los votantes a repensarse su voto. Ni siquiera en la jornada de reflexión.

El liderazgo es la única pieza recuperada

A la luz de este análisis, solo cabía esperar la debacle.

Y, desde el suelo levantarse e iniciar la recuperación. Si lo primero que piden para ello distintas voces a izquierda y a derecha -probablemente también internas- es la dimisión de Pablo Casado, pueden no ser necesarias más razones para decidir lo contrario. Aunque existen motivos evidentes para su continuidad. Con Casado, el PP ha recuperado su identidad perdida, el norte ideológico y el proyecto liberal en lo económico y conservador en lo social. Casado representa la referencia inequívoca que el votante tradicional del PP había perdido y buscaba. Con Casado, el PP ha vuelto. O ha empezado a volver de manera irrevocable. En cambio, aún no ha recuperado votos. Por tanto, entre los errores no pueden incluirse el acierto de la elección de los afiliados.

Sí pueden incluirse otros cambios organizativos que no respondan al objetivo, hoy prioritario, de fortalecer la identidad del partido en todos sus niveles, sin excepción.

Entre exigencias y dudas, los 3,6 millones de votantes en Ciudadanos y Vox desde 2016 pueden comprobar hoy que su voto ha servido a dos objetivos: castigar al PP con contundencia y entregar el gobierno a Sánchez; un gobierno con Podemos y quienes se sumen finalmente hasta la mayoría absoluta. Pero puede darse una suma aún más contradictoria para el votante naranja que procede del PP: que su voto sirva directamente para conformar un gobierno de Sánchez.

La calle Génova mostró anoche la imagen más gélida que se recuerda. No era la reacción de base que merecía Casado, que dio la cara en sala de prensa.

Esta vez, en nombre propio. La cúpula arropó al candidato a la Presidencia del Gobierno, pero esta vez no hubo peleas por salir en la foto. La imagen fue mostrada por la cúpula era claramente fúnebre. Y equivocadamente fúnebre. Como equivocado fue el mensaje de reconocimiento ligero de la aplastante derrota. Porque la derrota no era suya. No toda. El mensaje debió de ser de abatimiento. Porque ocultar la gravedad no contribuye a erradicarla. También faltó un mensaje de firmeza en torno a la utilidad del PP para la democracia en España y al riesgo de más Pedro Sánchez. Anoche debió empezar la recuperación. Porque quizá la próxima cita con las urnas no esté tan lejos. Aunque al PP le cueste asumirlo, Albert Rivera sigue decidiendo. Como decidió propiciar la moción.