El fenómeno de la migración de venezolanos es un hecho sin precedentes en la historia de Venezuela. Nunca antes en el país se había originado una fuga de talentos como ha venido sucediendo durante los últimos 18 años.
Ingenieros, médicos, profesores, músicos, arquitectos, y un sinfín de profesionales encabezan la larga lista de venezolanos en el exterior.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Venezuela fue una de las naciones latinoamericanas que más había acogido a inmigrantes provenientes de Europa, América, Medio Oriente y Asia. Entre 1948 y 1961 en el país ingresaron miles de españoles, italianos y portugueses que huían de la muerte y la persecución.
Venezuela se convertía en una nación multirracial, multiétnica, multicultural.
Un país de inmigrantes, donde cada extranjero contribuía al desarrollo económico de la nación. En aquellos años de prosperidad y auge petrolero, todo marchaba bien. Fue Venezuela para la segunda mitad del siglo XX ‘’La tierra prometida del petróleo’’.
Lo mismo sucedió cuando en las décadas de los 70, 80, y 90, peruanos, panameños, colombianos, chilenos, argentinos y ecuatorianos llegaban al país huyendo de las dictaduras y conflictos armados que azotaron a sus respectivos países.
Hoy, la historia se invierte, hoy somos los venezolanos quienes hemos visto el futuro más allá de nuestras fronteras. Esto como resultado de incorrectas políticas económicas que se han ensayado en el país y que han llevado a la nación a un derrumbe imparable.
La crisis económica ha empujado a muchos jóvenes (en principio) a reiniciar sus vidas en diferentes partes del mundo. Estados Unidos y España eran los países más visitados, sin embargo, mientras pasaba el tiempo y se hacía más difícil la obtención de divisas y pasajes aéreos, todo esto cambió, y desde entonces Chile, Perú, Brasil, Colombia, Ecuador y Panamá han reemplazado la lista de países como destino.
En la actualidad no solo los jóvenes, también familias enteras se han embarcado en un proyecto de vida, con la migración como única alternativa a la estabilidad y la prosperidad.
Es así como durante varios meses, - después de resistir todo tipo de penurias en mi propio país- , elegí el camino de la migración para construir mi futuro y por ende, el de mis familiares.
Desde una perspectiva crítica traté de no escuchar a quienes me decían: ‘’no es fácil’’, me sentía convencido de que cada experiencia vital es subjetiva, y que la suerte para mí no era la misma que la de aquellos paisanos que hoy día no han logrado desarrollarse en sus escogidos destinos.
En principio, entre los destinos que más me gustaban estaba República Dominicana, pero al cabo de un tiempo me interesé por Perú, por su cultura milenaria, su variada gastronomía y por ciertas condiciones que favorecerían mi plan.
Entonces Lima era ahora el lugar a donde quería ir, me esforcé por obtener el dinero para el viaje, encontré el lugar donde viviría junto a una pareja de amigos venezolanos y sin pensarlo lo suficiente me alisté para lanzarme a la aventura por tierra - que duraría varios días.
Viaje cancelado
Horas antes de partir del oriente venezolano a Lima, una terrible incertidumbre me invadió, estaba a punto de dar un paso muy importante, — dejar mi casa, mi familia, mis amigos —, para formarme una nueva historia, en este caso como inmigrante.
Fue en ese momento previo al viaje donde surgieron varias interrogantes. Pues yo, como la mayoría de los venezolanos que han partido, veía más allá de la frontera una vida lejos de la escasez, la inseguridad y la corrupción, sin caer en la realidad, sin tomar en cuenta los aspectos contraproducentes que tal aventura suponía. Comencé a interesarme por la parte que aún no me habían contado de tal aventura. La duda se hizo presente.
De esa manera comencé a investigar acerca de las condiciones de mis coetáneos en los distintos países de Sudamérica.
Me interesé más allá de los aspectos anecdóticos, quería saber cómo era la calidad de vida de los migrantes venezolanos.
Al final de mi investigación lo que encontré fue incertidumbre, discriminación, inestabilidad, explotación laboral y en varios casos, arrepentimiento. No obstante, también conocí casos de muchos venezolanos que se están forjando una ejemplar historia como profesionales en su paso por diversos rincones del continente.
Todo este panorama de historias llenas de triunfo y de tribulación me hizo reflexionar, ver más allá, y permitirme reorganizar mi estrategia para dar el mejor paso.
Horas antes de emprender tal aventura, decidí cancelar el ticket de bus. Me pregunté ¿Será mi suerte buena o mala?
¿Es Perú la mejor opción? ¿Es esta una decisión inteligente?
Brotaron ideas nuevas, modifique mis metas y me preparé para ir hasta la frontera a investigar que pasaba ahí con respecto a los venezolanos que a diario salen, conocer sus experiencias, sus retos y necesidades. Quería conocer la experiencia de la migración y la frontera colombo-venezolana era el lugar ideal para ello.
Fue así como después de 23 horas de viaje desde el estado Anzoátegui, — el lunes 11 de Diciembre —, llegué al estado Táchira, zona limítrofe de Venezuela y Colombia. Un día después de las elecciones municipales en Venezuela. Me encontraba en San Antonio del Táchira, lleno de curiosidad, e impresionado por las caravanas que en el lugar celebraban la victoria del candidato chavista, William Gómez.
‘’No volverán, no volverán’’, pregonaban los simpatizantes del chavismo. Al mismo tiempo, en la Avenida Venezuela, lo que se presenciaba era cientos de personas con maletas, gente buscando entre la basura, una patrulla de la policía, e indigentes. Todo a un ritmo muy agitado. Tal cual una sociedad distópica. Eran las 21:00 horas Mi asombro era producto de las profundas contradicciones que vivimos.
Salida inminente
A las 8:15 de la mañana del día martes 12 de Diciembre crucé el Puente Internacional Simón Bolívar (frontera colombo-venezolana) acompañado de un nativo de la zona. Mi amigo ‘’Chicho’’, su madre es colombiana y padre peruano. Nos dirigíamos al centro de Cúcuta a presenciar la realidad de los venezolanos en esa ciudad.
Atravesar la frontera fue constatar la magnitud del problema social de Venezuela. Para cruzar esa zona limítrofe es necesario poseer el Carnet de Circulación Migratorio el cual puede obtenerse en el centro de San Antonio del Táchira por un precio de 20.000 Bolívares.
Una vez presentado el carnet – y ser revisado por efectivos del Guardia Nacional Bolivariana-, los viajeros venezolanos deben sellar el pasaporte en el puesto de Migración Colombia. Debido a las fallas del sistema se forman largas colas y el proceso se torna lento. Una de las usuarias – que prefirió no revelar su identidad- me comentó que había dormido en las cercanías de la oficina para poder sellar su pasaporte.
Las líneas internacionales de transporte se encuentran ubicadas a pocos metros, con diferentes precios y rutas.
Entre los destinos más buscados por los venezolanos están Quito, Lima, Buenos Aires y Santiago de Chile.
Con poco dinero o con lo justo jóvenes y familias enteras se embarcan en una aventura en bus de 3 a 10 días. En sus maletas llevan galletas, pan, aderezos, enlatados y agua. Van optimistas pero en el fondo tienen caras tristes. Están dejando una vida atrás, buscando un mejor futuro, con la esperanza de regresar a su país cuando todo cambie.
En el camino a Cúcuta mi acompañante ‘’chicho’’ me comentó que estaba gestionando la nacionalidad peruana a través de su padre y que tenía pensado viajar a Lima en Enero. Con esta, era la tercera nacionalidad que obtenía, ya poseía la venezolana y la colombiana.
Su madre – como muchos otros colombianos que huían de la guerra -, vino de Colombia a Venezuela, y su padre de Perú, buscando mejor calidad de vida.
Una vez mudados a Venezuela comenzaron a construirse una historia como exitosos comerciantes y fue así como su familia logró reiniciar su vida. En la actualidad, la realidad para ellos es diferente, ‘’Mi papá me dice que no sabe qué hacer ahora, porque aquí en este país – Venezuela- tiene todo su dinero invertido, casa, automóvil, local comercial’’.
Después de varios minutos en transporte público cucuteño llegamos a un conocido centro comercial de la ciudad. Había una cola de aproximadamente 120 personas, - en su mayoría venezolanos- que venían desde diversas ciudades a retirar la remesa que sus familiares envían.
En las cercanías había una plaza donde nos detuvimos a conversar, allí pude observar a varios jóvenes venezolanos que ejercen el comercio informal.
Uno de ellos me explicaba que se encontraba ahí en Cúcuta ya que sus ahorros solo le permitían llegar hasta esa ciudad, y que con unos meses de trabajo en la calle tenía pensado llegar a Quito: ‘’para poder sobrevivir en esta ciudad me las ingenié y comencé a vender arepas y jugos, otros paisanos venden cigarrillos, helados, sándwich’’.
Mientras más conversábamos más profundidad había en el tema, nos dábamos cuenta del drama social que ha llevado a miles de venezolanos a erradicarse en diferentes ciudades de Sudamérica, aun en las condiciones más desfavorables: sin seguridad social, sometidos a la explotación laboral, sin acceso a la educación, etc.
Mario Giménez, es venezolano, tiene 60 años, cuenta que jamás se había visto en la necesidad de salir de su país a trabajar, ahora, después de haberse quedado sin una fuente estable de ingresos en su propia tierra, tomó la decisión de instalarse en Bucaramanga, Colombia: ‘’Yo me dedico a la agricultura desde hace muchos años, tuve que venirme de Venezuela porque no veía futuro, ahora mi trabajo no queda en mi misma ciudad, sino que tuve que dejar a mi familia para poder ayudarlos’’.
Así, como el caso que Mario contó son innumerables. Hoy la familia venezolana se está disolviendo, debido a este profundo problema social. De cada diez familias, seis tienen un familiar en el extranjero.
Camino a lo incierto
De regreso a la frontera me detuve en ‘’El corregimiento La Parada’’, la primera zona comercial más próxima al puente Simón Bolívar, lugar donde confluye el comercio (formal e informal), casas de cambio, y una mezcla de acentos. Todas estas víctimas de la política ineficiente, la guerra, el hambre y la corrupción.
Un sacerdote de la zona – Villa del Rosario – acordó entre varios comerciantes realizar un fondo con el cual poder ayudar a los venezolanos que se encuentran en pésimas condiciones en esa parte limítrofe. De esa manera lograron recaudar dinero y en la actualidad donan alrededor de 500 sopas diarias.
Pero no todo es bondad en ese lugar, debido al alto grado de peligrosidad, los viajeros que no logran salir el mismo día se ven expuestos a atracos. Por ello, se reúnen en grupos y se ubican cerca del puesto de la Guardia Nacional Bolivariana.
De vuelta a San Antonio conocí -mientras tomaba un taxi- a Luis José Márquez, del estado Guárico, actualmente vive en Cali –Colombia- . Se había ido del país en el 2015, vino a visitar a su familia por la temporada de diciembre.
Al principio de su travesía se instaló en Quito –Ecuador- , pero confiesa que las condiciones en esa ciudad no fueron buenas para él.
Su cara de asombro me hacía caer en cuenta sobre la monstruosidad económica que vivimos, sobre la profundidad del problema. Una inflación que alcanzó el 2000 % al cierre de 2017.
‘’Es impresionante que tengo que llevar 800 billetes de 100 Bolívares para poder pagar un servicio de taxi. Yo me fui hace dos años y con esa cantidad podía comprar muchas cosas, ahora me doy cuenta de la gravedad del asunto’’.