Con el paso de los años vengo observando como cada año nuevos vocablos pasan a estar reconocidos dentro del castellano por la organización que se encarga de decidir que es o no correcto con respecto a la lengua de Cervantes, la RAE. Por término general las nuevas inclusiones tienen que ver con palabras o bien que han aparecido nuevas recientemente derivadas del progreso tecnológico, neologismos; o bien aquellas que tras un largo tiempo consideradas como incorrectas, acaban siendo reconocidas por su extendido uso.

Imperativo vs. infinitivo

Uno de los últimos casos de este segundo grupo es la forma verbal “iros” que, como adelantaba hace unos meses Arturo Pérez-Reverte, obtendría su validez por el ínfimo uso del imperativo correspondiente, idos.

Parece, sin embargo, que esto es solo una excepción y que el resto de los imperativos seguirán manteniendo su posición de validez frente a sus, cada vez más usados hermanos, los infinitivos. Aunque veremos por cuanto tiempo se mantiene esta tendencia ya que cada vez son menos personas las que usan correctamente cada una de estas formas verbales.

Los vulgarismos no son excepción

No obstante, nos encontramos ante el último integrante de una larga lista que seguro todos recordamos, pues aunque parezca increíble para muchos el diccionario oficial del castellano incluye entre otras palabras, o como ellos mismos lo recogen, palabros, términos como: almóndiga (a que ahora no nos reímos tanto de nuestra vecina de arriba), otubre (entre septiembre y noviembre), toballa (ahora tus clases en el logopeda parecen horas perdidas) y güisqui (y no he tomado nada antes de escribirlo).

Estos son simplemente algunos de los ejemplos más extravagantes, lejos quedan aquellas tardes de ir solo a tomarse un café sólo....

Estos cambios suelen ser recibidos con una oposición popular mayoritaria, parece mentira que la mayoría de ciudadanos estén de acuerdo en algo en este país, y son a menudo catalogados como “vergüenza” o “incultura” por muchos.

Y aun siendo cierto que estos cambios pueden parecer poco efectivos a la hora de regir un idioma, no podemos olvidar que el lenguaje es un organismo vivo en constante evolución y que gracias a ésta han aparecido todos los idiomas que conocemos hoy en día. Nuestro querido castellano no es excepción, teniendo origen en el latín vulgar, sí, ese latín mal hablado por los que no seguían las normas oficiales, dio origen con el paso de los siglos a la lengua que usamos hoy en día.

Lenguaje inclusivo o exclusivo

Para juzgar estos cambios de un sistema tan complejo como un idioma creo que es importante recuperar la definición del propio lenguaje: “Sistema de comunicación verbal propio de una comunidad humana y que cuenta generalmente con escritura” queda así claro que es un mero elemento de la comunicación y por ello no deberíamos poner trabas a sus cambios si son en pro de facilitar dicha comunicación. Por otro lado, en una sociedad tan polarizada como la española (derecha o izquierda, nesquik o cola cao, letras o ciencias, Burguer King o McDonald's...) ¿de verdad necesitamos usar la lengua como otro elemento de separación entre ciudadanos?, luego nos extrañamos que haya gente que se quiera separar definitivamente...

Aparte queda, por supuesto, la inmensa hipocresía de la sociedad, que se echa las manos a la cabeza cuando escucha fallos gramaticales en otros mientras parece que está jugando al fútbol con un diccionario mientras habla (hola leístas madrileños, un saludo). Este tema es demasiado complejo como para analizarlo ahora y merecería un extenso artículo, o dos, para sí mismo.

Finalmente, y a modo de conclusión, diré que la evolución del lenguaje es algo natural e imparable y aunque pueda parecer que esto solo lleva a la fragmentación del mismo, para hablar todos una lengua común ya existe el esperanto, esa evolución local de un mismo idioma dota al mismo de unos matices y riquezas que serían inalcanzables de otro modo y con una normativa férrea.