La función psíquica de reproducir en la mente experiencias pasadas (imágenes, sensaciones o nociones), reconocerlas como tal y localizarlas en el espacio y en el tiempo. Ésta, la definición de la palabra “memoria”, justo aquella función que muchos líderes europeos parecen haber perdido, al menos cuando se habla de Israel, de la propia capital, Jerusalén y de la historia escrita durante los siglos por el pueblo judío en aquella pequeña - gran porción de tierra. Ahora la historia de este pueblo y su hogar – conquistado con sangre y política – parece estar escrita en Braille: solamente ese “ciego” llamado Trump consigue leerla.
Jerusalén y su historia
Sin embargo y a pesar de las duras condenas de varias capitales de Estado del mundo y las amenazas terroristas, Jerusalén es, ha sido y será la capital del Estado judío. Demasiado ruido para nada porque el concepto es claro y simple: “Jerusalén es la capital de Israel desde hace tres mil años” ha dicho bien el primer ministro israelí Netanyahu. El excesivo ruido es ese de la hipocresía por parte de esos líderes que, a pesar de todo, han visitado en el pasado y acudirán en el futuro a Jerusalén por diversos encuentros institucionales: generaciones de diplomáticos de todos los países, de presidentes americanos, de Papas, de secretarios de la ONU (y de municipios miembros), han siempre sabido que en Jerusalén tienen su sede los ministros, el Parlamento, la Corte Suprema, el presidente de la República y el Primer ministro.
Contrariamente a lo que hoy en día afirman “estos” líderes europeos (como Macron), varios líderes mundiales ( por ejemplo Erdogan declaró que “Israel es un estado terrorista que mata a los niños” e incluso la UNESCO (clasificando como musulmanes algunos lugares de culto judío), Trump ha actuado bien al reconocer oficialmente a Jerusalén como capital indivisible del Estado hebreo y al querer desplazar la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalén porque Jerusalén, la capital del Estado del pueblo hebreo, es una de las capitales más antiguas del mundo.
Se convirtió en capital del Reino de Israel gracias al rey David en 1003 a.C., es decir, hace 2030 años, cuando las capitales de los países que niegan conocer dicha realidad eran todavía terreno pantanoso, bosques o áridos desiertos. La historia de los pueblos más antiguos de Europa, griego y romano, demuestra sin duda alguna que Jerusalén ya era la capital de la nación judía en la antigüedad.
Los árabes conquistaron Jerusalén en 1948, reduciendo a ruinas el cuartel hebreo de la Ciudad Vieja y demoliendo decenas de sinagogas. Durante los 19 años de ocupación, desde 1948 hasta 1967, los ocupantes jordanos destruyeron deliberadamente amplias áreas del antiguo cementerio judío sito en el Monte de los Olivos, usando lápidas para construir casas y pavimentar carreteras, impidiendo a los hebreos visitar los lugares sagrados situados en la ciudad más importante para el judaísmo.
Digno de mención es la criminal excavación llevada a cabo con bulldozer por el Waqf islámico y por el Movimiento Islámico en el Monte del Templo, destruyendo inestimable patrimonio hebreo, cristiano y de otras religiones.
El menosprecio de los árabes musulmanes hacia la ciudad, sus habitantes, su historia pasada y sus lugares sagrados, les convierte en no idóneos para expresar una opinión sobre su status y sobre su futuro.
Trump y Jerusalén
Además de por la Administración Trump, estos conceptos fundamentales fueron recogidos y entendidos también por la entonces Administración Clinton: en 1995 también Estados Unidos probó a cristalizar e historizar este concepto. Durante la presidencia de Clinton se redactó una propuesta de ley, denominada The Jerusalem Embassy Relocation Act (JERA), para reconocer a Jerusalén como capital del Estado hebreo y para ubicar en la parte oeste de la ciudad la embajada americana.
El Relocation Act, sin embargo, nunca llegó a ser instaurado, ni por parte de Clinton, ni por parte de sus sucesores.
El motivo siempre ha sido el mismo: la renuncia a causa de intereses de seguridad nacional; de hecho, el día de la oficialización del JERA, el boss de Hezbollah, Hassan Nasrallah, amenazó con “reducir la futura Embajada Americana a escombros” y “devolver los cuerpos de los diplomáticos presentes dentro de ataúdes".
Trump no tiene miedo, Israel aún menos, pero los europeos sí la tienen y dan muestra de ello. Tienen más miedo de Israel que de los estados propagadores y financiadores de muerte, también en nuestro viejo desmemoriado Continente que quiere decidir dónde debe colocar su propia capital la única democracia de Medio Oriente. ¿Acaso existe algún otro país en el mundo que deba aceptar que otros Estados decidan donde establecer la sede de su propia capital?