Durante varias generaciones, Vargas Llosa contribuyó a reavivar la literatura latinoamericana y posicionarla en el panorama universal. En el marco de esa cofradía espontánea conocida como el Boom fue el artífice de obras memorables; los lectores recordarán por siempre al Poeta, el Jaguar y el Esclavo, la fatalidad de Cuéllar –Pichulita, ¡eternamente Pichulita!– y el malestar de Santiago Zavala. Mientras otros dejaron de escribir o ganaron el Nobel, Vargas Llosa continuó resueltamente en un proceso de escritura, lectura y pensamiento. Su obra no se restringió al campo literario, sino que inundó las librerías con ensayos y obras periodísticas.
Aquella ambición, aquel vuelo alto, fue su principal sello como intelectual, pero hoy es el rastro de sangre de un escritor renuente a morir.
Palabra de Dios
Las prácticas Editoriales y comerciales han sido siempre las mismas. El pensamiento de Vargas Llosa se ha convertido en palabra de Dios y todo cuanto dice se traduce en libros; sólo por citar algunos ejemplos, se puede hablar de “La novela en América Latina” (diálogo con García Márquez), “La literatura es mi venganza” (diálogo con Claudio Magris) y el recientemente publicado “Conversación en Princeton” (un diálogo más, esta vez con Rubén Gallo).
Es innegable el hecho de que un intelectual de la dimensión del escritor peruano tiene toda la autoridad para hablar de literatura, política y cuanto tema desee.
Sin embargo, la crítica radica en el formato: a pesar de las cualidades de Vargas Llosa como escritor y pensador, se requiere mucho más de sus comentarios aislados para abordar seriamente ciertas cuestiones. El error, resultado del narcisismo propio de un artista, se encuentra estimulado por las editoriales, temerosas por arriesgarse con nuevos escritores.
Cada curso universitario, cada conferencia, se presenta entonces como una profunda reflexión; el lector común –extraviado en las librerías donde “Ana Karenina” y “Ama y no sufras” se exhiben en el mismo estante– no puede resistir la tentación de llevar el best seller.
Un bosque pequeño
El mercado editorial es amplio, genera millones de ganancias.
No obstante, el lector común, distante de los círculos académicos o culturales, restringe la adquisición de libros a unos cuantos ejemplares. En dicho escenario debe entenderse la crítica a Vargas Llosa: en un bosque pequeño, donde los nuevos escritores deben enfrentar el rechazo de las editoriales e intentar vivir de sus ínfimas ganancias, la presencia de este tipo de figuras sólo puede ser asumida de manera negativa.
Una nueva obra maestra, como “La ciudad y los perros” o “Conversación en la Catedral” será festejada por los lectores, pero no debe ofrecerse la misma consideración con obras anecdóticas cuyo único mérito es acrecentar las arcas de las editoriales.