No hay ningún estudio, obviamente, pero sólo hay que pararse a pensar ante todas las imágenes que nos están acribillando durante estos días. Es evidente que hay un odio a todo lo español en parte de la población catalana que en cierta medida parece inexplicable, difícilmente digerible desde el resto del territorio español. Pero aunque se ha manifestado ahora en toda su extensión, debido al referéndum, parece proceder de bastante atrás en el tiempo. Y sospecho tener la razón por un hecho muy simple, no me creo ese estallido improvisado en todos los que salieron a la calle el día uno de octubre.
Eso viene rumiándose desde hace muchísimo tiempo, sólo había que prender la mecha para que todo explotara. Que el presidente del gobierno español tenga por costumbre llevar consigo un mechero para encenderla es otro tema de discusión. Pero la mecha estaba preparada, sin duda, formada por catalanes de a pie que, y esto es lo esencial, estaban convencidos de tener la razón. Porque tal grado de odio e inflexibilidad sólo es posible cuando estás seguro de que la justicia te ampara y los malos son los otros. Desde aquí, les libro de la culpa.
Y les libro de la culpa porque los responsables son otros. Otros que poco a poco han ido intoxicando a toda la población que se pusiera por delante. Aquellos cuyo objetivo no era otro que lanzar al ejército popular a la calle para defender unos ideales democráticos que en realidad estaban disfrazados de radicalismo y ruptura mientras se frotaban las manos en casita, donde la sangre no salpica.
Es peligroso delegar la educación en personas que no son tan responsables como parecen, como no es buena idea despreocuparse y verlas venir, a ver que pasa, porque al final te atropella un tren que no veías llegar.
Que esta hispanofobia afectara en mayor o menor medida sólo dependía del círculo social del que cada cual se rodeara.
Y fue calando en la sociedad, como una droga en el ambiente que se respiraba de forma inconsciente, sin hacer ruido. Sólo hacía falta encender la mecha para propagar la nube...
¿Y ahora qué? La solución que se requiere ha de estar a la altura de gobiernos grandes, de cámaras parlamentarias fuertes y unidas. Se suponen que nuestros dirigentes están para eso.
No obstante, parece reflejarse en Cataluña un ambiente algo discrepante entre los mismos que fabricaron esta burundanga política. Quizá se les haya ido de las manos, porque montarse en un camión que no frena bien sin saber el recorrido y con un copiloto con antecedentes suicidas no es lo aconsejable. Sólo espero que esta droga a la que muchos se han vuelto adictos sin saberlo, poco a poco se desvanezca, porque si no es así, el asunto resulta un tanto complicado. El tiempo nos dirá si merece la pena volver a votar a cualquiera de los actores de esta película de tan mala calidad. ¿Qué democracia vencerá, la real o la ficticia?