Josefa Uriz Pi, más conocida como Pepita, nació en Navarra casi a finales del siglo XIX. Diez años mayor que su hermana Elisa, ambas eran hijas de un capitán de Infantería que por su profesión cambió de lugar de residencia varias veces, por ese motivo empezó sus estudios en Navarra y acabó licenciándose en la sección de Ciencias de la Escuela de Estudios Superiores de Magisterio en Madrid. ¿Pero qué puede tener de particular la historia de una maestra de escuela para cincelar su nombre en la plaza de un pueblo?
Una maestra modesta con altas miras
Ocupa la joven Pepita su plaza en la Escuela de Maestros de Gerona, en la que más tarde tomará el cargo de directora. Fue entonces cuando le llega una especie de beca, otorgada por la JAE (Junta creada en apoyo para la ampliación de estudios y las investigaciones científicas) que Pepita recibe y por la cual viaja hasta Bruselas. Allí conoce a Ovide Decroly, un psicólogo belga que sentó las bases de una nueva escuela, basada en el respeto por el niño y su personalidad. Su objetivo era educar a los niños sin hacer diferencias de género, oponiéndose a la disciplina rígida de la antigua escuela y apostando por un ambiente motivador para que el niño creciera en plena libertad.
La influencia de grandes pedagogos
Pepita compagina sus actividades políticas (pertenece al partido comunista de Cataluña y colabora con la CNT) con su trabajo como docente y sus aspiraciones por hacer mejoras en el sistema educativo vigente. Cuando la Segunda República fue proclamada (1931-36) las escuelas quedaron unificadas por género y Pepita fue nombrada directora de la Escuela Unificada.
Fue entonces cuando ella quiso poner en práctica todo lo aprendido al lado de Ovide Decroly o María Montessori (entre otros) intentando darle un giro drástico y muy beneficioso al sistema educativo. Entre sus objetivos estuvo crear la escuela laica, modernizar la biblioteca de los colegios introduciendo el servicio de préstamo, asignando una sala de lectura y abriendo además una residencia laica para evitar a las jóvenes que tuvieran que alojarse forzosamente en los conventos.
Muchas aspiraciones para tan poco tiempo
Implicada públicamente como activa comunista, la Guerra Civil viene a poner en peligro su vida y la de su hermana Elisa, como la de tantos otros contrarios al bando fascista. Pese a todo y hasta que no termina la guerra, ambas hermanas colaboran en el bando republicano y juntas impulsan la Unión de Mujeres Antifascistas. En 1938 y continuando con su labor como docente, fue nombrada Directora General de Evacuación y Refugiados del gobierno de la República, encargándose de los niños afectados por la guerra.
Fin de la guerra y exilio
Tuvieron que huir las dos hermanas a Francia para poner sus vidas a salvo tras la victoria fascista. Allí siguen trabajando por la causa y cuando Francia fue ocupada por Hitler, ellas (que militaban con la resistencia francesa) se integraron en la Unión Nacional Española hasta que en 1950 se implanta la “Operación Bolero-Paprika” y los españoles exiliados en suelo extranjero comenzaron a ser perseguidos, huyendo estas de nuevo al Berlín Oriental.
Incansables y acogidas en el mismo suelo donde anteriormente se asentaron los hombres del Führer, siguen trabajando en favor de los exiliados españoles. Esa sería la ciudad donde finalmente descansarían sus restos, pues Pepita nunca más volvió a España.
Quizás no hubieran llamado tanto la atención, ni se hubieran atraído tantos problemas con el Estado ni la Iglesia si no hubieran ido rompiendo normas arcaicas y obsoletas ni revolucionando al alumnado con su visión de la vida. Pero fueron realmente una piedra incómoda en el zapato para el sistema español fascista de la época y de ahí que tuvieran que huir y que por eso también solo alguno que otro, aparte de sus vecinos y familiares, las sigan recordando y alabando su labor en pro de una sociedad mejor.