Aún con la resaca del WorldPrideMadrid 2017, es necesario recordar que no hay cabida para el descanso en una lucha que no ha hecho más que comenzar, una lucha por aquellos derechos y libertades garantes de una vida digna, y ante la que no se puede cantar victoria hasta que no sean reconocidos de manera universal, “aquí, y en Pekín”.
Semana del Orgullo con agresiones homófobas
Durante esta semana de celebraciones y reivindicaciones del Orgullo se han contabilizado al menos doce agresiones homófobas a lo largo y ancho del territorio estatal. Y es que, pese a que en España , una joven democracia, se ha logrado avanzar mucho en lo que a materia legislativa se refiere, hemos de concienciarnos de que aún queda por librar la batalla más difícil: educar, reeducar y curar el inconsciente colectivo.
Es ahí donde, todavía hoy, resiste el germen de prejuicios e intolerancia que viene arrastrándose desde épocas pretéritas y que se consolidaron durante los años del “nacionalcatolicismo”. Pues si se puede hablar de alguna enfermedad existente en lo referido a la orientación sexual, esa es la que padecen aquellos que, ya sea por su estrechez mental o ignorancia, no respetan el derecho a una vida digna de aquellos otros quienes -por su mera condición humana- han nacido en las mismas condiciones de igualdad, más allá de cualquier razón basada en el nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. (Art. 14 CE)
Todavía hay quienes no entienden la necesidad de dar la voz y el protagonismo a un colectivo que, más allá de sus siglas –LGTB, LGTBI o LGTBIQ–, grite en favor de quienes han de enfrentarse en la cotidianidad del día a día ante un sin fin de situaciones que atentan tanto contra sus derechos sociales y laboras, como contra su propia integridad emocional, física o psíquica, como hemos podido comprobar recientemente.
Por supuesto que es de desear que llegue el día en que todos podamos convivir armoniosa y fraternalmente sin necesidad de manifestar, reivindicar y mostrar el Orgullo de algo tan privado como es la orientación sexual. Ojalá ese día llegue más pronto que tarde, y que para entonces, nuestra sociedad haya evolucionado tanto que ni siquiera tengamos que abordar la cuestión desde las limitaciones propias del lenguaje y las etiquetas.
Ese día habremos logrado romper todos los paradigmas obsoletos y, solo entonces, se llegará a comprender que ni si quiera el uso de determinadas siglas hacían justicia a las infinitas posibilidades que presenta la sexualidad en la psiquis humana. A partir de ese momento podremos hablar exclusivamente de personas, de una “sociedad LGTBIJKLMÑ (...)”, de una sociedad rica y enriquecedora por su diversidad y pluralidad.
Lograda la materialización de esa soñada sociedad, ya no serán necesarias las reivindicaciones ni los colectivo. Pero mientras tengamos que seguir en alerta y vigilantes antes de poder amar en libertad y sin miedos, esta vía valiente y transgresora es la única alternativa en favor de una lucha no solo justificada, sino necesaria.