Es indiscutible y evidente que el paso del tiempo siempre viene cargado de cambios que afectan a todos los aspectos de la vida. Buenos exponentes de estos cambios serían las nuevas modas y tendencias que provocan entre los más jóvenes un efecto de atracción inmediata, irresistible.
Nunca gozó sin embargo, de buena fama ni fue bien visto aquél que se colocó por primera vez un pendiente en la oreja o aquella que por escasa tela en su falda mostraba demasiado muslo, convirtiéndose en centro de todas las miradas y críticas. Y es que en todas las épocas existió la generación de las víctimas que al alcanzar la madurez se convirtió en la de los perpetradores, curiosamente, de sus propios retoños.
De ser criticados por sus mayores pasaron a ser jueces de aquellos, que como ellos, no hacían más que defender su libertad de expresión y sus gustos personales. Mera cuestión de estilismo o banalidad superflua nos puede parecer, querer englobar a todo el mundo bajo los mismos patrones, ¿pero qué ocurre cuando estas normas no pretenden solamente aglutinarlos bajo una tendencia estética determinada?
Individualidad versus colectivo
Si ya resulta un tanto difícil imponer nuestros propios gustos y que los demás lo acepten plenamente, tanto más grave resulta echar una mirada atenta a la situación de nuestros hijos en el ámbito escolar. Desde el más pequeño hasta el que ya casi tiene el título de bachiller bajo el brazo, todos sin excepción “sufren” la imposición de una serie de asignaturas, que lejos de motivarlos a seguir sus metas, los empiezan a anclar en el desánimo y la inapetencia para los futuros cursos.
Con ese panorama de desencanto, muchos no consiguen terminar la ESO y aquellos que lo terminan tampoco sacan mucho provecho del título. En esta derrota podemos agradecer al sistema educativo su imprescindible aportación, aunque tampoco debemos olvidar el ambiente general que se respira en cualquier rincón de cada casa, del que nuestros hijos respiran, haciéndose uno con ese aire de abandono que poco a poco les atrapa.
Y es que tenemos que entender que cada individuo es único y especial, que no todos somos aptos para las mismas actividades, que cada cual despliega sus habilidades de manera innata pues forma parte del paquete genético heredado al nacer. ¡Cuánto buen músico, científico brillante o maravilloso escritor se pierde en ese camino de la “no enseñanza”!
Lo peor de todo es que la mayoría de ellos no llegarán a saber el gran potencial que llevan dentro, ni tampoco serán capaces de descubrir su verdadera vocación, su misión en la vida, quedando frustrados y perdidos en una apatía que les hará seres infelices desde su más tierna infancia.
Mentes brillantes, consejos inestimables
Como bien dijo el gran Albert Einstein: "Nadie puede empeñarse en desarrollar una actividad con la que no se siente a gusto y que encima no se le da bien". El adulto, sin embargo, en su afán de saber qué es lo mejor para el niño, olvida darle la oportunidad de ser ellos realmente, ignorando sus verdaderos deseos, pisoteando sus sueños y encarrilándolos como mansas ovejas hacia un redil donde se sentirán perdidos y sin voluntad propia.
Para colmo de males y por si las clases diarias no fueran suficiente, se apuntan a los niños a clases extraescolares de aquellas asignaturas que llevan mal, consiguiendo que la materia en particular cada vez se les atragante más, llegando incluso a aborrecerla o tomarle verdadero asco. Como consecuencia de esa predisposición en educar a nuestros hijos sin tener en cuenta sus verdaderas pasiones, nace en ellos una frustración profunda que va sembrando semillas de pesimismo e insatisfacción que germinaran con el tiempo en un apático estado que les hará sentirse inútiles y torpes, cuando en realidad la única torpeza ha sido someterlos a un Sistema educativo que actualmente deja muchísimo que desear.