Ninguna novedad es que Madrid se llene de terracitas con la llegada del calor y los días más largos. El bar de la esquina, la cadena de restaurantes o el "chiringuito" recién montado ponen a sus camareros a trabajar con las pilas recargadas previendo la llegada de parroquianos.
Me gustan las terrazas de domingo por la mañana. Esas en las que uno se sienta a tomar el zumo de naranja, el café con leche, el cruasán con mantequilla y mermelada y se pone tranquilamente a leer el periódico ignorando toda la publicidad, las ofertas y catálogos de cadenas de tiendas, negocios y restaurantes.
Me gustan también las terrazas de por la tarde. Cuando a mitad de jornada necesitas un respiro y te pides una cerveza bien fría eres feliz. Entonces el camarero te pone algo para picar y tú lo único que haces es ver a la gente pasar, y quizás te preguntes adónde van, de dónde vienen y por qué lo hacen siempre con una prisa desordenada, como río de caprichosa corriente. Y das otro sorbito y sigues adormilado, tranquilo, deseando que no se apague el momento.
Me gustan las terrazas de noche. Esas que cuando sales del trabajo están ahí, seductoras, diciéndote que tomes asiento y descanses las posaderas, te bebas una copa de vino blanco mientras olvidas a tu jefe, o si prefieres lo recuerdas y lo maldices, pero mejor es dejar los problemas a un lado y concentrarse en el sabor del Martín Códax que te baja por la garganta.
Mucho ruido y poco sueño
Y hasta aquí todo lo bueno de las terrazas. Ahora, la única pega que yo le pongo es que están tan buenas que uno se queda hasta las tantas sin ver el reloj, y ya pueden dar las once, las doce, la una, las dos y las tres (como dice la canción) y sigues ahí sentado con los amigos o la novia, charlando, divirtiéndote, robándole horas a la noche y sobre todo a la mañana.
Pero es sabido que cuando cae el sol en Verano (o en esta primavera calurosísima) la temperatura baja y casi no hay nada más placentero que seguir ahí, en la calle, en la terraza, disfrutando un poquito de la vida.
Para todos los gustos
Y qué variedad de terrazas. Las hay cercanas, en la esquina de tu casa o esa otra de la plaza o aquella a la que llegas tras callejear por Madrid pues te gusta su ambiente, esa "tapita" espectacular o su cervecita bien fría.
Las hay a ras de suelo y también en las alturas, porque desde hace unos años ya no es difícil hallar terrazas en las azoteas de hoteles, en los techos de centros culturales, en las zonas altas de las grandes superficies o hasta en las cimas de algún gimnasio.
¿Qué cosa más bella que disfrutar de una bebida espirituosa y contemplar los hermosos techos de Madrid iluminados por ese cielo que cautivó al mismísimo Goya? En fin, que me quedo en Madrid, de terracitas, con los amigos de siempre y con los que vendrán. ¡Salud!