La semana pasada fue una de las más fuertes para la política venezolana, el mundo presenció como las famosas sentencias del 28 y 29 de marzo del Tribunal Supremo de Justicia en su Sala Constitucional irrumpió la democracia y le arrebató todo poder a la Asamblea Nacional, al órgano base de la estructura política. Presenciamos como el Poder Judicial se inmiscuyó en ámbitos ajenos, dándoselas de legisladores y exclamando, irónicamente, la importancia en respetar laConstitución. Sin embargo, la política venezolana ha sido víctima de años de punteo y contrapunteo entre dos grupos que nos han dejado en ruinas y hambre solo para favorecer sus apetitos por atención como si de una obra teatral nos refiriéramos.

En el año 1999 los venezolanos fuimos invitados a un show sin precedentes, escrito y producido por un gobierno de corte comunista disfrazado de falso socialismo, varios compraron su propia entrada mientras que otros entramos como consecuencia de los números arrojados por votaciones democráticas. Nos dijeron que pasarían cuatro años de disfrute por la adquisición de la entrada y nos prometieron que podríamos cambiarla al cabo de ese plazo, así como si de un periodo de prueba se tratase; sin embargo, en el 2003 nos vimos inmersos en una prueba sin fin que, al pasar de los años, terminó siendo más decisión del director que del propio público.

En la primera escena nos deleitamos con actores de calidad que personificaban a las mismas figuras de la obra anterior, no obstante notamos que perdían poco a poco su voz y se dejaban pisotear por un pájaro que cada vez se hacía más gordo.

Pasaron varias funciones y todavía no conseguíamos forma de cambiar nuestro boleto, de hecho algunas personas ya sentían incomodidad en sus butacas, mientras que a otras les era hasta difícil levantarse para ir a la caramelería.

Como era de esperarse, la vida de sardinas enlatadas en la misma sala de teatro dejó asfixiado aquellas aspiraciones, ya que éstas solo pertenecen a los telones fronterizos.

Dentro de cada espectador crecía un rencor que se alimentaba de las líneas recitadas por los actores de cuello blanco, cuyo propósito quedaba en un mero entretenimiento a cambio de grandes riquezas. Lo que ningún venezolano sabía era lo que acontecía tras bambalinas, nadie sabía que un grupo de actores buscaba rebelarse ante tal director.

El grupo inspirador usaba una técnica para incluir a los videntes en la vida política del drama, dio esperanza a todo aquello que quisiera ser dramaturgo y prometió butacas nuevas llenas de sueños y aspiraciones, como pueden imaginarse aquél grupo consiguió cierto público hasta lograr una división tajante de la sala, dejando así un campo de guerra con dos grupos teatrales principales: el oficialismo y la oposición.

El venezolano no conoce algo más allá de esa tajante división, se ha dejado nublar la mente por dos ideologías vacías que se alimentan de la desesperación. El venezolano ha olvidado el trasfondo que tiene el hecho de comprar un boleto. Hemos olvidado que, por más gordos que sean, nos necesitan para continuar con sus obras y que nosotros tenemos el real poder.

Hemos olvidado que la solución no es solo blanco y negro, sino que a veces el gris es nuestra mejor opción.