No somos conscientes del legado educativo que nos dejó Aristóteles en la antigua Grecia. Si retrocedemos al año 384 a.C, aproximadamente, recordaremos que Aristóteles hablaba de la importancia educativa para formar a los ciudadanos y propiciar su adaptación en la sociedad, de manera justa y legítima. Y es que, en la actualidad, la educación y la opinión pública continúan preocupándose por la misma premisa. Aún así, tienen mucho que envidiarle a los intelectuales del siglo III a.C. El grado de importancia que se le daba entonces a la enseñanza y, sobre todo, a la Persuasión, no es la misma que en nuestros tiempos.
Los padres tienen la potestad de persuasión educativa sobre sus hijos. Prácticamente, hasta que ellos comprenden lo que significa tener una exquisita educación para desarrollarse en la esfera pública y convertirse en ciudadanos de provecho. Cuando los niños entran en Jardín de Infancia, la familia y la escuela tienen las tutelas educativas compartidas. La opinión pública influye en la educación añadiendo mejoras en el sistema. El Estado se esfuerza en diseñar programas de intervención educativas para potenciar las capacidades de los jóvenes. Prueba de ello ha sido el aumento del gasto público -destinado a Primaria- en 2014 respecto a 2000, con más de trece mil millones de euros; o más de 145 mil euros invertidos en ampliar o mejorar el profesorado.
Aún así, la influencia educativa familiar ha de ser más contundente que la escolar. Desde los tres años a la pubertad, el Estado se implica en mayor grado con la educación para garantizarles la adquisición de competencias básicas. No debemos olvidar, que el Estado debe reconocer a todos los ciudadanos por igual, ofreciéndoles una enseñanza equitativa, por el simple hecho de pertenecer a él, según deja constancia la filosofía Hegeliana.
En cambio, a partir de los dieciséis años, el sistema educativo le da cierta libertad al joven. El Estado considera que ya es capaz de vislumbrar entre distintas opciones de futuro: elegir si desea continuar estudiando o prefiere dejar de hacerlo. Es un momento decisivo, en el que los padres no deben apartarse del menor, ya que al fin y al cabo, es su futuro el que está en juego.
De esta manera, se comprendió que la trayectoria educativa de los niños depende del entorno socioeconómico de sus respectivas familias. Si no son adecuadas, se le complicará el aprendizaje y tomarán la decisión de abandonar el sistema educativo antes de la edad indicada.
La educación en la Comunicación Persuasiva debe ser una aportación necesaria para que los ciudadanos sepan defenderse por sí mismos. Resulta un derecho innegable, tal y como defendía Milton ante el Parlamento burgués en su Aeropagítica. A menudo, desconocemos que la educación es un proceso de comunicación persuasiva, con las mismas características que posee la publicidad. Lo que sucede, es que la educación pasa inadvertida. Incluso, puede llegar a apelar a las emociones más irracionales, como bien hacían los alemanes con la estrategia mecanicista.
Por este motivo, debemos conocer las técnicas de la elocuencia -el ethos, pathos, logos-, que tanto mencionaba Aristóteles para movernos con astucia entre las arenas movedizas de la manipulación. Sólo así, seremos ciudadanos cabales con capacidad crítica, en lugar de mera masa social pasiva.