¿Quién, ante el hambre ajena, se preocupa de dar comida a la persona hambrienta? Y, ante el sufrimiento ajeno, ¿quién se preocupa en preguntar a la persona que sufre el motivo de su padecimiento?

Hoy por hoy, pasamos de puntillas, como si no quisiéramos ser oídos, ante el dolor ajeno. No le ponemos rostro a la persona que sufre, sólo por ahorrarnos el sentimiento de culpa que nos pueda invadir -aunque brevemente- cuando recordamos la cara de quién estaba sufriendo.

Pasamos por el mundo como seres anónimos -en el mejor de los casos, como un número-, seres sin rostros, personas con la cara difuminada o distorsionada para que no se grabe en nuestro corazón ni en nuestro cerebro, y así ahorrarnos, el sentimiento de culpa cuando negamos nuestra ayuda, cuando no ofrecemos nuestra mano o nuestro hombro a las personas que sufren.

Este sufrimiento puede provenir de muy distintas fuentes: el hambre, la pobreza, la precariedad laboral, una crisis de pareja, la perdida de un ser querido, una enfermedad o la estigmatización provocada por un insulto o por un ataque verbal gratuito.

En la actualidad, se habla de los términos "resiliencia" y "empoderamiento" como dos motores claves para superar distintos estados anímicos: el primero, "resiliencia", referido, según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua (en adelante, RAE), a la capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas. Y el segundo, "empoderamiento", hace referencia, también según el Diccionario de la RAE, a la acción de hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido. Ambos términos utilizados con un claro carácter individualista, individualismo que se potencia enormemente gracias al sistema capitalista vigente.

Ambos términos y sus significados, elegidos cuidadosa y perversamente, han ganado la batalla a los conceptos de empatía, que según la RAE es la identificación mental y afectiva de una persona con el estado de ánimo de otra, de solidaridad como adhesión a la causa de otra persona o personas, y el de ayuda mutua, referido a la cooperación y la reciprocidad conllevando un beneficio común para las personas que cooperan. Valores éstos que denotan humildad, humanidad y honestidad que, si ya son raros en el mundo globalizado y capitalista en el que vivimos, desde el inicio de la Crisis económica casi han perdido vigencia, convirtiendo al ser humano, a las personas, en ególatras de su bienestar sin importarles lo más mínimo el de sus semejantes.