Poco o nada ha tardado Siryza en convertirse en casta. Ni un día le ha hecho falta para tomar la rápida decisión de pactar con un partido de derechas para asegurar esa ansiada mayoría absoluta con la justificación, explica Anel, de que ambas formaciones persiguen en el fondo un mismo fin, esto es, devolver la soberanía al pueblo griego. Y ante esto, digo yo, no estaría de más pararnos a reflexionar, aunque fuera un poquito, sobre el peligro que puede implicar eso de sustituir la lucha social con la económica dejando a un lado las ideologías que parece ser que, como se muestra en este caso, no son condición necesaria para establecer acuerdos.
No sé hasta qué punto Syriza, y en particular Alexis Tsipras, tan fuertemente apoyado en España desde IU y, especialmente, por el líder de Podemos Pablo Iglesias, secundaba el discurso de este último en tanto en cuanto uno de los objetivos fundamentales era acabar con esa vieja política y con esos políticos que tanto se han dedicado a denigrar con el calificativo de castas. Repito, no sé hasta qué punto el discurso de Tsipras ha ido por ahí, pero lo cierto es que sea como fuere, no tiene justificación. Ni siquiera aquello de que esto es un mal menor sirve para quienes desde su discurso se empeñan en diferenciarse del resto y en prometer por los siglos de los siglos que no se someterán a los poderes economómicos (y supuestamente tampoco al político) de ninguna de las maneras.
Como es lógico, estos pactos tan antinaturales tienen consecuencias, y estas no se han hecho esperar. Pactar con la derecha a obligado al ya primer ministro griego a desplazar su eje político hacia ese lado, y para muestra un botón. Y es que Tsipras retiró de su programa electoral, diez días antes de las Elecciones (lo que nos hace pensar, además de por la rapidez de las "negociaciones" que este pacto ya estaba consensuado de antemano) la posibilidad de adopción por parte de las parejas homosexuales alegando, al igual que la "casta" de la derecha, que "es un tema difícil, que requiere diálogo.
Hay contradicciones en la comunidad científica sobre esto y no lo incluiremos en nuestro programa de reformas", una gran falsedad que está a la vista de todos.
Ante esto, y en lo que a España compete, cabría preguntarse hasta qué punto Pablo Iglesias conocía estas premisas de su colega griego y en caso de hacerlo, como es evidente que sería, hasta qué punto le es achacable lo que haga su colega teniendo en cuenta el apoyo que le ha brindado casi ciegamente llegando a sentir la victoria como suya propia.
Algunos tweets rezaban cosas como estas, "tú pregúntale a un gay griego qué prefiere, poder comer o poder casarse", como si ambas cosas fueran excluyentes.
Y me preocupa, y mucho, que nos olvidemos de los derechos sociales, de las conquistas realizadas y que eso se convierta en secundario ante el discurso que se centra, única y exclusivamente en acabar con los abusos del capitalismo que, haciendo falta, no por ello ha dejar de lado cuestiones tan o más importantes como esa. Y este es el primer ejemplo, pues aunque para unos se trate de "no estoy de acuerdo pero peor es lo otro", o "es un mal menor dentro de todo lo que conseguirán", lo cierto es que cuando se pone la primera piedra, el resto van detrás. Y es que, sea cual sea el fin, aquí no todo vale.