Es gratificante ir contemplando en el Cine de aquí que las historias que se narran vayan diluyéndose en imágenes que se recuerden. A demás de los Goyas, que están muy bien, la película vasca tiene un espacio en el imaginario, un querer ser en el recuerdo que conduce invariablemente a hablar de ella, a recordarla.

Los gigantes siempre se han relacionado con personajes de cuentos, aunque existieran... es decir un tipo de 2.30 metros puede pagar las facturas como tú, pero en aquel tiempo de la primera mitad del siglo XIX eso era extraordinario, lo de las facturas y los tipos de 2.30 que se morían antes por falta de estipendio, manduca o lo que fuere para llenar ese cuerpo de proteína suficiente.

Por lo tanto el ejemplar era un nido de ficciones e historias de rarezas más que ahora, en resumidas cuentas era algo fantástico. Todo lo que le rodeaba era sensible a convertirse en mítico, y es así como Jon y Aitor han sabido traernos este film... por lo que le rodeaba.

Este ser de barraca de feria tuvo una vida increíble, saliendo de un Caserio en medio de la guerra Carlista. Lo que le rodeaba era hermoso, campos, montes y paisanajes... la podredumbre y la miseria de la España en descomposición –aún sigue creo- no lo era tanto pero el escenario valía la pena. Bosques frondosos caducifólios, cubiertos de niebla y eso es terreno para la fábula y las imágenes. El siglo XIX fue un tiempo de leyenda, quizás el último antes que las cosas se fotografiaran nítidamente o filmaran, esto era esencial para los tiempos de los dragones.

La gente sabía que existían, seguramente en algún lugar. Era aquella de los grandes viajes, los descubrimientos de seres extraordinarios de otras tierras. Aún el mundo estaba por descubrir, por lo que todo podía ser posible con esos sombreros de copa. El cuento del viaje por la vida de este hombre debía ser entro lo real y lo imaginario, como nos cuentan en el film Jon y Aitor que lo sabían...

solo tenían que llevarlo imágenes para convencernos de ese viaje y encontrarnos con él, con el gigante.... que es al fin y al cabo lo que hemos hechos los espectadores de ayer mismo, lo mismo que hacían los parroquianos del XIX sin cinematógrafo, pagar unos reales y entrar en un habitáculo para ver al Gigante. No era por tanto saber de sus historias, sino sobre todo de sus imágenes, ver cómo es ese fenómeno de la naturaleza... El más grande ser vivo existiendo, caminando, o más bien perdiéndose entre nuestro mundo de tamaño estándar.