Según caminas por el Passeig de Sant Joan en Barcelona, dirección al Arc de Triomf y cortando la Gran Vía de les Corts Catalanes, se encuentra la Praça de Tetuán. El cónclave, lugar antiguo que se levantó como memoria a los caídos de La Batalla de Tetuán (1860) tiene en su centro el monumento al doctor Bartomeu Robert que llegó a ser alcalde de Barcelona por la Liga Regionalista. El carrer de Fortuny en Barcelona, es una de las calles que desembocan en las Ramblas, lejos eso sí, de la Plaza de Tetuán. Pero es la Plaza la que más me recuerda al pintor catalán, más aún que su propia calle, al traerme a la memoria la Batalla de Tetuán, pero no la victoria de las tropas españolas sobre las marroquíes capitaneadas por el general O´Donnell, sino el impresionante lienzo de Mariano Fortuny y Marsals (Reus,1838-Roma,1874) que se encuentra en el MNAC (Museo Nacional de Arte de Cataunya).
Esta obra no se encuentra en la exposición, sí La batalla de Wad Ras que podremos disfrutar en el Museo del Prado de Madrid.
La Batalla de Tetuán fue un cuadro que nació por el encargo que en 1860 el gobierno provincial de Catalunya planteó a Fortuny. El pintor fue contratado para realizar el trabajo gráfico de crónica de los acontecimientos que se iban a librar en el sitio de Tetuán, campaña firmada por la reina Isabel II como plan de protección a las ciudades de Ceuta y Melilla que finalmente concluyó con la toma de la ciudad rifeña. Todo ese trabajo gráfico culminó con el extenso mural de las tropas españolas en el campo de batalla. Fortuny se incorporó al batallón del general Prim -también de Reus.
Como cronista gráfico, vivió en carne propia la guerra y sobre todo las tierras de Marruecos que tanto le influirían en la evolución de su obra y la percepción de la luz. Esa pincelada rápida y precisa se llenó de una atmósfera mágica, Marruecos dotó al pintor catalán de magia y leyenda su pintura. De su primera época pictórica anclada en Barcelona y su estilo, destilado en Italia -influenciado por la pintura realista y los últimos coletazos del Romanticismo en Europa- evolucionó a una madurez definitiva en las tierras del Norte de África.
La gran influencia que del exotismo árabe construyó un estilo y unas formas que marcaron su virtuosismo de una libertad exuberante y colorida. Gran dibujante, maestro del óleo y la acuarela, impregnó a sus imágenes de un imaginario viajero y orientalista. Ubicado en el tiempo del realismo pictórico, Mariano Fortuny, sus temáticas y trazos lo ubicaron en el romanticismo fabulista, considerándolo como un romántico tardío, al contrario de su contemporáneo Eduardo Rosales más ubicado en el realismo.
Las pinturas que posteriormente llevó a cabo de escenas costumbristas españolas, sobre todo de Granada, transportan al espectador a un imaginario casi de fantasía, una extraña mezcla de sueño y realidad. Las fuentes de Mariano Fortuny, su escuela, venían de Goya, en Rivera, en Van Dyck o Diego Velázquez, maestros que inspiraron la maestría del joven pintor, fueron evolucionando hacia un trazo personal, y fue Marruecos el que confirió ese nuevo elemento, sobre todo la luz del artista y su ensoñación.
En su última época, cuadros como la Fantasía sobre Fausto, o en la Odalisca, vuelven a ubicar al pintor en un extraño espacio de frontera entre la realidad y el sueño, el realismo y el romanticismo.
En Fortuny podemos contemplar la inercia de los románticos europeos, como Delacroux, Caspar David Friederich, Turner o Antoine Jean-Gros. En la Plaza de Toros o en escenas más costumbristas de su obra podemos contemplar la inercia del realismo, más cercano a su época, como los cuadros de los franceses Millet, o Courbet.
Mariano Fortuny, navegó entre dos aguas, entre Europa y Äfrica, entre el Romanticismo y realismo. Todo ese trayecto, esa deriva cósmica de pinceladas la podemos contemplar en el Museo del Prado desde este mes de Noviembre hasta el 21 de Marzo.