Actualmente, todos los servicios están centrados en ofrecer unaexperiencia cliente" óptima. Los nuevos papás, o los denominados "Generación Baby Boomer" están en el punto de mira de cualquier marca o servicio que se precie. El comportamiento de consumo ha cambiado y a esta generación lo que más le apetece es disfrutar de tiempo de calidad con sus hijos. Por eso buscan, "Planes con niños" que además les generen una experiencia de disfrute y que contribuya a fijar una vivencia que los pequeños recordarán siempre.

Las marcas y compañías emplean mil estrategias de marketing, o más bien neuromarketing, que consiguen que el cliente quede asombrado y absolutamente fidelizado.

Todos los sectores saben que esta es la clave: Si el cliente está fidelizado habrá continuidad y recomendación.

Pero a esta generación le interesa especialmente el ámbito cultural porque además de generar una vivencia única, e imborrable de su memoria, les aporta un contenido de valor que les enriquece y fomenta en los Niños el hábito de "consumir" cultura. Esto lo saben las marcas que intentan mostrar sus productos como si se lo tuviesen que vender a expertos; lo saben los servicios qué ofrecen eventos con notas culturales, pero...

¿¡¡Por qué no hacen lo mismo lo museos!!?

Tienen en sus manos el “kit” de la cuestión: la experiencia cliente intrínsica que aporta un altísimo añadido cultural. Utilizando el termino más purista en jerga artística sería más adecuado comenzar a decir: “experiencia estética” Y este privilegio, no siempre saben utilizarlo para generar en todos los perfiles de visitantes esa sensación de disfrute, que fidelice, recomiende y haga repetir.

El objetivo debería de ser que espectador sienta, que acudir a un museo es igual de gratificante que ir a ver un espectáculo de cine, teatro o similar. Pero esto que parece simple, a día de hoy, no se consigue en casi ninguna institución.

A veces, es por culpa de la museografía, es decir, de cómo están diseñados los espacios expositivos.

Otras veces, por opciones museológicas demasiado rancias que nos llevan a unas restricciones que no dejan disfrutar, ni interiorizar, lo que supone estar delante de una obra de Arte.

La experiencia cliente, si eres niño, o si acudes con niños, es aún más limitada, o nula, dado que todavía son muchos los espacios que claramente no están adaptados y los que parece que sí; resulta que luego no.

Y la impresión que te llevas es de que los niños estorban.

A esta generación les encanta acudir a los museos, salas de exposiciones, o eventos culturales con sus hijos. Están muy concienciados de que el patrimonio se introduce desde edades tempranas y buscan los mejores planes que los museos ofrecen, los seleccionan con cuidado y les generan a los pequeños una expectativa de visita que les hace acudir al museo muy entusiasmados.

La realidad, y motivo principal por el que se ha decidido escribir esta entrada, es que, en un alto porcentaje de casos, se aleja de manera abismal de lo que podría haber sido una buena experiencia cliente. En los espacios están más preocupados del "no tocar" que al final también se traduce en un "no transmitir" y por tanto en visitas extremadamente incomodas que invitan a salir de aquel lugar y no volver jamas.

En la actualidad, existen millones de soluciones museográficas que suplen esa necesidad que siente el visitante de toquetearlo todo según entra por la puerta del museo. Se suplen, con estimulación de los otros sentidos como el oído, olfato y tacto. Y toda esta unión, genera experiencias 360º y recuerdos increíbles que llevan a amar y preservar nuestro patrimonio.

No es intención de generalizar, pero si un museo tiene que adaptarse socialmente, por favor, empecemos adaptándolo a nuestros niños que serán los futuros conservadores del patrimonio. Y ahora mismo tenemos a toda una generación de padres dispuestos a ayudarnos.