Chiquito nos fue palpable, vamos, que se dejó ver para el resto de los humanos en el programa Genio y Figura en 1994 (a la edad de 61 años) cuando acabábamos de inaugurar las televisiones privadas en el Estado. En esas tardes surgió este “fistro”, ese tipo eléctrico que no sabías muy bien que decía pero que llenaba cada chiste que contaba, de un costumbrismo surrealista y renovador de la gramática cervantina. El día después del gran estreno, una droga se había expandido por el país, proyectada por los rayos catódicos e inoculada por nuestros ojos y oídos, hacía su efecto demoledor en cualquier hijo de vecino.
Desde entonces, Chiquito se convirtió en uno de los grandes maestros de la lengua sin tener sillón en la Academia y nos cambió la vida. Así lo señalaba esta semana el escritor barcelonés del barrio del Besos Javier Pérez de Andujar (Paseos con mi madre, Catalanes todos, Todo lo que se llevó el diablo), en el Periódico de Catalunya. Chiquito de la Calzada, como todos los pobres de la tierra, lo tuvo muy chungo para salir adelante, siendo un cantaor de flamenco atípico y en general un ser humano atípico y genial, pero, recalco, pobre. Salir de ese callejón... el de las fiestas de los señoritos, la de los saltimbanquis sin recuerdo, la del chistoso sin escena... ¿pero qué paso? Que se invento el mundo, rompió las cadenas, creyó y cambió...
primero el nombre, luego el andar y por último el hablar. Inventor de palabras como un Cela sin café en la Colmena, pero con más fino en el paladar. De Fistro a Diodenal... pasando por Al ataquer; Cobarde; ¿Cómor? Hasta luego, Lucas; No puedor; Pecador; Condemor; De la pradera, Meretérica; Al ataquerrrr... Lo que hizo la necesidad, aunque eso sí, había que tener talento, estaba en el ADN, y por mucho que hubiera cantado flamenco en Japón donde se tiro sus añitos de bolos –Chiquito en Japón... es surrealista- había que haber nacido para esto, y perseveró, siguió y a los 61 años le conocimos para nunca más salir de nuestras vidas. Te das cuen...