Lumière, comienza la aventura, es un pequeño lapsus de tiempo para reflexionar en una sala sobre el alma que esconde el verdadero Cine. El proyecto que Thierry Frémaux (el responsable del Instituto Lumiére y organizador del festival de Cannes) ha llevado a la pantalla, como el mismo señala antes que nada es “un acto de amor y una obligación. La película, una verdadera delicia para recuperar la primera mirada, es un acto esencialmente fotográfico ante la consciencia del mundo, repleto de enseñanza y poesía. Frémaux recupera 108 cortometrajes de 50 segundos de los 1422 que filmaron durante los diez primeros años del cinematógrafo (1895-1905) los dos hermanos de Lyon.

El film narrado por el propio Thierry Frémaux es un trabajo muy pulido de remasterización que mejora casi de forma mágica, las imágenes virginales del trabajo de los Hermanos Lumière. En esta bobina encontramos una recopilación de sus obras más conocidas: Trabajadores saliendo de la fábrica, Llegada del tren, Calles de París, El regador regado, Demolición de un muro... La noción de perderse en ese camino de imágenes bien llevado por el discurso en off, nos trasporta a la idea original del Cine y por tanto a sus nociones germinales. No es solo la plasmación de un testimonio original, sino volver al origen de la idea y al componente poético de la realidad. El film tiene una doble función, y un punto de atención sobre el Cine, es decir volver al punto de origen y retomar la fascinación de la belleza del mundo.

El documental no solo es una película por tanto es una provocación y una guía, que se debería retomar muchísimas veces, volver al manual después de haber caminado el cine, en muchas ocasiones, por una dirección equivocada.

¡Lumiére! Comienza la aventura. Nos propone volver a ver el Cine, para volver a decirnos ¿Qué es el Cine?

Bresson decía que era lo que ves cuando cerrabas los ojos. Así el cine nos dio ojos nuevos para poder abarcar todo aquello que acontecía y tú no podías abarcarlo, y más bien, contemplar el infinito abanico de detalles que inunda la vida. El propio director hace hincapié que el film “es totalmente contemporáneo”. Los dos cineastas, Auguste y Louis desde una visión cientifista y humanista nos dirigen hacia la fascinación de lo esencial, y por lo tanto atemporal.

La invención, “el cinematógrafo” podía facilitarnos por primera vez en la Historia, un recuerdo, un instante de la vida, guardarlo para volver a verlo; un acto de memoria, o de sueño recurrente. Habría que recordar a aquel periodista que salió fascinado de la primera proyección del Cine en el laboratorio del Fotógrafo Nadar, cuando le preguntaron que iba escribir el día después en su crónica parisina. “Hoy he podido contemplar con detenimiento la belleza que supone ver mecer las hojas de los árboles”. Muchos años después, André Bazín en el libro de cabecera de la nueva generación de cineastas franceses que iban a irrumpir en el fascinante año del 1958, Qu'est-ce que le cinéma? (1958-1964) los cuatro volúmenes que revindicaban el sentido del Cine, recogía como brújula las enseñanzas de los Hermanos Lumière, la verdadera identidad del Cine, frente a los laberintos productivos que el Cine había tomado desde la irrupción de la industria Cinematográfica norteamericana y la cultura del Ocio y consumo; los star system y los grandes estudios de producción industrial de Cine.

En esas páginas Bazín marcaba los apuntes esenciales de esa primera mirada: simplicidad, realidad, libertad de filmación, equipos pequeños... el escenario es la vida. La ciudad, el campo, las fábricas, la realidad... Los actores no son necesarios, ni el guión tampoco. El Cine por tanto era la ventana de nuestro mundo, toda la poética de la vida se recogía en él.

¡Lumiére! Comienza la aventura. Es retomar al camino que muchas veces se olvida, y sobre todo, una experiencia poética y emotiva, completamente didáctico sobre el sentido del cine. Hora i media que nos permite parar y pensarnos, contemplar estas imágenes nos ilumina el camino del propio Cine, la fascinación del mundo.