Hablar de Blade Runner no es solo hacer una crítica de un film, tiene el suficiente peso para abrir una portada y hablar de metafísica, sociología, ética y moral. Hagamos memoria, la primera entrega, un clásico del Cine y la Ciencia ficción, junto a una poderosa lectura metafísica del individuo, colocó la obra dirigida y escrita por Rydle Scott a la altura de films como Odissey 2001, (Stanley Kubrick, 1968), Solarys (Andrei Tarkovsky, 1972), Stalker (Tarkovsky 1979), Fahrenheit 451 (François Truffaut, 1966) o La Jeteé (Chris Marker, 1962). Un conjunto de obras que han llevado el pensamiento a otro estatus, el estético y la pregunta a una historia narrativa con poderosas mimbres en lo mejor de la literatura, el ensayo y la ciencia.

Blade Runner (1982) y Blade Runner 2049 (2017) son hijos de una misma idea, la vida artificial y la construcción de seres con fecha de caducidad, creados para el trabajo y la esclavitud. Quienes los han generado son la clase poderosa, o lo que queda de la humanidad (natural) después de un cataclismo postnuclear, motivado por variados conflictos que han llevado al genero humano a su destrucción. Dos pilares por tanto que se ubican en una siniestra evolución del materialismo histórico, y confrontarlo con la moralidad de los seres y su dimensión humana -o como producto de la fraternidad. La Humanidad desde una distopía hobbesiana, se ha destruido, quedando los más “fuertes” y “amorales” y en ese mundo de destrucción han creado ya no seres bajo el paradigma del amor, sino desde el concepto de explotación, esclavitud y uso –es una conclusión extrema del productivismo, el consumo y el capitalismo.

Por otra parte esta la visión russeauniana y kantiana, que afecta a los supervivientes y aquellos seres humanos y replicantes que frente a la situación amoral y devastadora de la humanidad (reducida esta visión a la ciudad de Los Ángeles de la segunda mitad del siglo XXI) han conseguido en un acto de resistencia aferrarse al conocimiento y lo moral.

Blade Runner (1982) obra inspirada en la novela de Philip K. Dick Sueñan los androides con ovejas eléctricas (1968), plantea grandes preguntas que alimenta la duda existencial de Rick Deckart (Harrison Ford) un Blade Runner que caza y mata (es miembro de la policía de los Ángeles) a los replicantes insurgentes, aquellos seres que habían sido creados como esclavos o soldados sin alma, y por error genético –eso se cree- comienzan a tener sentimiento, es decir consciencia, moral y amor.

Deckart realiza su trabajo pero todo, las consecuencias de sus actos, lo llevan a su transformación de valedor de la ley a insurgente de ésta, antisistema ante la constatación de que los replicantes no matan por ser criminales, sino por su propia libertad y supervivencia al conseguir tener consciencia de su propia existencia. En un replicante podríamos discernir la lucha humana y de los pueblos, y sobre todo la percepción de que es lo humano y no, en una creación genética artificial que ha podido emanciparse y romper las cadenas. La gran pregunta que se deja sin responder entre los replicantes y humanos, o humanos y replicantes es si existe en los replicantes el amor y los sentimientos, y por tanto ¿pueden quererse replicantes y humanos?

¿Sus recuerdos son generados o son producto de la nostalgia? Y por último es ¿Deckart un replicante?

Este es el principio conceptual que es necesario conocer para adentrarnos en Blade Runner 2049, dirigido por Dennis Villenveuve (Sicario, La llegada) y de nuevo escrito por Hampton Fancher y un nuevo tripulante, Michael Green. Deckart lleva más de 30 años desaparecido, y un nuevo Blade Runner, John, “K” (Ryan Gosling) hace la labor que Deckart acometía. En una de sus salidas K, mata a un replicante, pero en esa misión encuentra unos restos humanos que podrían suponer la destrucción del status quo de esa sociedad, destruyendo el gran imperio de creación genética Tyrell Corporation. Tanto Scott como Dennis Villenveuve han sabido dibujar en los escenarios y en esa sociedad del futuro distópico, unas imágenes demoledoras, poéticas y envolventes sobre un mundo que se mueve entra la fascinación y la devastación humana.

Blade Runner siempre plantea una evolución distópica de la sociedad: individualismo... mendigos, subviviendas, prostitución; un salvase quien pueda, los poderosos han conseguido urdir la sociedad del egoísmo y con ello el canibalismo social. En esta entrega, por último, no se podía obviar la explotación infantil.

La gran pregunta que desarrolla el film, como podría ser lógico, es, si los replicantes pueden reproducirse. Y hasta aquí puedo leer de esta notable película que es capaz de tomar identidad frente a su predecesora; una difícil tarea.