"Bastaba que Hitler tuviera un mal día, que necesitara especial lucidez ante una intervención militar o frescura para recibir a un personaje de su interés, para que exigiera al Dr. Morell que le pusiera a tono. Y el dócil médico, que por algo conservó su cargo junto al Führer durante ocho años, acudía solícito a inyectarle un chute de metanfetaminas, cocaína, opio o cualquier otra droga", comenta el historiador David Solar en La Aventura de la Historia (Noviembre 2016).
Hitler, durante toda su dictadura, ingirió drogas, aunque hubo épocas en las que sus dosis aumentaron hasta tomar 28 tipos de estimulantes, analgésicos, anabolizantes y otras sustancias en un solo día. Y para ello recurría al citado Dr. Morell.
Norman Ohler, autor de El gran delirio: Hitler, drogas y el III Reich, halló el dietario de Morell en el que identificó más de noventa drogas solicitadas por un misterioso "Paciente A" que las consumía por vía oral o siendo inyectadas directamente por este médico. Según Ohler, Hitler nunca llegó a tener una adicción a ninguna droga en particular, pero sí tenía una especial adicción a su doctor.
De hecho, llegó a sustituir a todo su personal médico por el Dr. Morell, al que le había prometido todo tipo de riquezas si la Alemania nazi se alzaba con la victoria en la Segunda Guerra Mundial.
El doctor Morell también atendía a Eva Braun, conocida como la "Paciente B", a la que suministraba sustancias químicas para acortar sus menstruaciones. Para potenciar la sexualidad de Hitler no dudaba en recetarle testosterona y estrógenos.
El Dr. Morell, gracias al amparo que tenía de Hitler, tuvo libre albedrío para elaborar drogas y medicamentos, realizando sus experimentos en los mataderos de Ucrania. A esto se sumó la potencia farmacéutica y química en la que se había convertido Alemania, siendo el principal elaborador de medicinas de la época y de drogas como la cocaína y la morfina.
Durante la República de Weimar, drogas como la morfina, la cocaína o la heroína se podían conseguir fácilmente en cualquier farmacia. La paradoja es que Hitler, al llegar a la Cancillería, persiguió este tipo de consumo diciendo que era una práctica judía.
Sin embargo, sustancias como el Pervitin, fueron claves en las campañas militares, ya que permitían a los soldados avanzar sin descanso e hicieron posible la famosa "guerra relámpago" que tanto éxito tuvo en Polonia o Francia.
A Hitler le asaltaban mil temores. Tan pronto estaba eufórico como, de repente, se asustaba. Estos trastornos aumentarían los últimos días de la guerra, cuando Morell le visitaba a diario para inyectarle su dosis diaria e intentar calmar a un Führer que no estaba en condiciones de seguir llevando el mando de un país que ya veía cómo se había decantado la balanza en favor de los Aliados. Quizá, alguna de sus decisiones y locuras se vieron influidas por la ingesta de sustancias que se habían convertido en parte de su vida diaria...