La tragedia de Guernica no fue el primer bombardeo masivo a la población en la guerra Civil, fue en Durango días antes, el 31 de marzo. Pero el Guernica, más allá de los datos históricos, fue el espejo de la barbarie mucho antes que el mayor producto de la maldad humana: Auschwitz.

Los campos de exterminio fueron el detonante final, no solo de la deshumanización, también del final de la belleza humanista en las Artes. Existe un antes y un después de la barbarie nazi que influyó en la percepción de la noción humana. El holocausto dibujó en nuestras mentes una total desafección hacia el hombre y el asesinato de la belleza.

Pablo Picasso pintó la obra durante la primavera de 1937, aún se desconocían las consecuencias que la guerra de España iba a tener y, evidentemente, las secuelas de la II de Guerra Mundial.

Conocemos que el cuadro fue un encargo por parte del gobierno de Negrín a petición del Director General de Bellas Artes, Josep Renau para la exposición Internacional de París de 1937. Pablo Picasso aceptó, aunque sus relaciones siempre tuvieron un halo de polémica con el gobierno de la República, no así tuvo duda alguna con su posicionamiento en el conflicto. Picasso perteneció al partido comunista francés y ya había creado obras contra Franco: Sueño y mentira de Franco, un conjunto de 18 pequeñas imágenes que el pintor grabó en dos planchas de cobre, entre enero y junio de 1937.

Esta obra guarda estrecha relación con el Guernica y se considera la primera obra de Picasso con contenido claramente político, como denuncia contra la guerra. En la publicación Facetas de actualidad española, Picasso declaraba en julio de 1937, su desprecio hacia el golpe de estado y dirigía la culpa de todo, a la casta militar y conservadora del país.

El Guernica por tanto fue una obra política, no fue una obra narrativa de los acontecimientos y tampoco tiene referentes identificativos hacia la Guerra Civil española. Es la obra símbolo, la pintura del dolor estrechamente dirigida hacia una intención de denuncia de la barbarie y la deshumanización que el fascismo de Franco representó, mucho antes de descubrir el exterminio nazi.

Hoy en día la lectura de la obra tiene muchas capas y desde luego no podemos obviar su análisis artístico, pero alejarse de esta primera noción: la expresión del miedo y el dolor, puede llegar a resultar confusa. La exposición que se ha inaugurado esta semana en el Reina Sofía de Madrid, “Piedad y Terror en Picasso” ha levantado una primera ampolla desde este punto de vista, dirigir demasiado el contenido hacia la vertiente estética. Rosario Peiró, la codirectora de la muestra junto a el director del Reina Sofia Manuel Borja-Villel, ha realizado una propuesta escolástica, una revisión de la obra de Picasso desde finales de los 20 hasta el Guernica, señalando que el famoso mural también supuso una evolución global del artista.

“Una evolución del interior al exterior, de lo íntimo a lo público”, apuntó la actual jefa de área de Colecciones, basándose en la tesis del historiador de Arte Timothy J. Clark. La obra identifica claramente a la mujer, los niños y los animales, los seres más débiles y que más sufren ante la barbarie, y es su terror el que por primera vez, se expresó en una pintura en la Historia. El cuadro es por tanto “la certificación de un naufragio (…) y la toma de conciencia sobre la necesidad de vernos a nosotros mismos como una identidad política en resistencia” supo señalar Borja-Villel sobre el valor de la obra, para concluir que el Guernica es “la gran escena trágica de nuestra cultura, tal vez el primer antimonumento de la Historia”.