Se acerca el Día del Padre y los comercios nos recuerdan que estamos obligados a entrar en un ciclo consumista de compra determinada por unos estereotipos clásicos de paternidad. Tras muchas décadas de lucha a favor de los derechos reproductivos de las parejas homosexuales, siguen en el punto de mira de la sociedad por falta reconocimiento y tolerancia. Las festividades como el Día del Padre ponen de manifiesto que la sociedad aún es un espacio hostil para la diversidad familiar.
La Familia es ese núcleo donde el individuo debe ser emisor y receptor de amor, respeto y comunicación sincera.
Es un espacio donde se debe haber apoyo y protección mutuo, pero además, donde se enfrenten con madurez y afectos las situaciones problemáticas, independientemente de la configuración que tenga.
La decisión de ser padres en parejas homosexuales no solo se enfrenta a un laberinto de legitimidades, sino que sortea cada día la exclusión de unos hijos en un sistema anclado en tópicos contraproducentes para la salud mental del menor: la creencia social aún muy extendida de que el niño o niña desarrollará la misma orientación sexual que los padres, el rechazo y acoso en las escuelas a los hijos y en los trabajos a los padres, el no reconocimiento de algunos derechos básicos, etc.
Ser padre es una tarea maratónica, educar a un hijo probablemente sea una de las responsabilidades más difíciles a las que se enfrenta un adulto, y por si fuese poco, los padres y madres homosexuales luchan además en contra un sistema de valores externo que cuestiona sus capacidades, una sociedad que invisibiliza su existencia de manera continuada con su discurso heteronormativo.
Deben sumar entonces a todo el esfuerzo que supone la crianza, el trabajo añadido de proteger a sus hijos de una cultura homopaternofóbica / lesbomaternofóbica que los señala, deben convertirse en paraguas y darle herramientas de defensión a un niño que, sin haber tomado ninguna decisión en la vida se enfrenta al juicio constante de haber nacido en una familia que se encuentra fuera del límite actual de tolerancia.
De nosotros mismos depende que la diversidad familiar sea una realidad aceptada en los centros escolares, en las oficinas y en todos los ámbitos de la estructura social y quitar las trabas y el peso recalcitrante que por su orientación sexual hemos agregado a algunos padres.
Conseguir que todos los hijos de una sociedad se desarrollen en igualdad debe ser un compromiso de los que la integramos y solo lo conseguiremos a través de la educación en tolerancia y diversidad.