Cómo reconstruir una épica generacional 20 años después sin caer en los clichés de una segunda entrega, es difícil, desengañémonos. Reunir a los personajes ya fue complicado, Edwan Mcgregor fue el último en subirse a este vagón (es al que mejor le ha ido de aquellos muchachos, descontando al señor Robert Carlyle). ¿Pero cómo no volver por donde se caminó? ¿Cómo no recorrer otra vez las calles que escribieron tu historia? Ese dilema es el que nos ha traído a todos, también a Renton desde su exilio en Amsterdam 20 años después de traicionar a sus amigos.
La consciencia de una vida que pasa, parece, en un acto de redención donde los caídos (Tommy) tienen su presencia en la memoria y en los remordimientos de Renton. Transpotting fue una bomba de consciencia colectiva, las secuelas de la época Thatcher. La destrucción de la clase trabajadora, la depresión de barrios enteros y la consabida exclusión de los hijos de los obreros. Transpotting (1992) el libro generacional de Irvine Welsh (de nuevo aparece de dealer en el film) el padre de esta criatura, abría así los caminos por donde bucear la depresión de una Gran Bretaña destrozada por los enemigos del pueblo. Las consecuencias de todo ello, cuatro perdedores aventajados en las calles y sus males: Renton, Begbie, Sick Boy y Spud (McGregor, Carlyle, Miller y Bremner), el feísmo del entorno, violento y bello de las casas abandonas donde la juventud se droga.
Todo era rápido y vicioso, un viaje por las entrañas de los desheredados. A esa historia la puso imágenes de una potencia y belleza postpunk el bueno de Danny Boyle. Ese espíritu tremendo estaba en las manos de quizás, el cineasta británico más aventajado para estas lides.
Transpoting 2, no nos engañemos, no desentona. El guión, de nuevo firmado por John Hodge y basado en el libro Porn de Welsh, tenía la complicada intención de no perder el juicio.
La historia de Porno partía de la herencia que había recibido Sick Boy, el pub de su tía, regentando así el local, esto le posibilitó una gran idea... la de crear un nuevo negocio, la filmación de películas porno en la trastienda del pub. Esta no es la historia que ilumina Transpotting 2, John Hodge ha realizado una creadora adaptación donde la memoria y la historia contada tienen una enorme relevancia.
Más bien el juego de la melancolía que recae en un regenerado Spud ,que acaba siendo el cronista de aquellos años y de una nueva historia, la que habita en la memoria. Un espejo que refleja las dos caras, de aquellos héroes caídos a estos achacosos perdedores que se lamen las heridas del camino, intentando esta vez, redimirse por siempre. La madurez, parece, ha llegado a sus vidas, aunque el asco social sigue palpable.
El film vuelve a mostrar una belleza bruta, un ritmo de videoclip que lo entrega como una bobina llena de vorágine postpunk. El director sabe cómo crear una película que recoja los sabores de una generación que ha mamado la música y el descaro del gapo en la cara. La historia se ve, las imágenes atrapan, aunque falta el elemento pegamento de todo esto.
Una sensación de caos, y no es mala, se trasluce en la cinta, no es T1, desde luego, aunque Danny Boyle es el mejor adiestrador de imágenes provocadoras y música que se amoldan como un guanta a una historia, cualquiera de ellas y el ritmo siempre a sobresaltos, las imágenes, siempre sucias, es Transpotting, sin lugar a dudas. Hemos echado de menos más critica, más política, más vómito, más mala hostia y menos imágenes proyectadas en las paredes. Nos hacemos mayores pero tiene instantes que no defraudan.