Grigori Efimovich Novoik, más conocido como Rasputín, cuya biografía está repleta de contradicciones y misterios, nació entre 1869 y 1872 en Pokróvskoie, una aldea de campesinos anclada en la Sibera. Desde su nacimiento e infancia, su Historia es la historia de un personaje que se debate entre la leyenda y la realidad. Este carismático personaje que se hizo un hueco entre la aristocracia rusa y la familia Romanov fue asesinado en la noche del 29 al 30 de diciembre, según cuenta la leyenda, tras varios intentos de envenenamiento y disparos.
Se cumple en estos días el centenario de la muerte de este enigmático personaje de origen campesino, que nunca aprendió a leer ni a escribir.
Aparentemente, Rasputín fue apodado así en alusión a su personalidad algo licenciosa y rebelde durante los años de juventud en Pokróvskoie. Alrededor del año 1892, Rasputín abandona a su familia y se une a una secta cristiana llamada «jlystý». Al volver, unos años más tarde, a su región natal, se cuenta que Rasputín se hizo con un buen número de seguidores que lo trataban como un místico, un hombre de Dios.
El auge y la decadencia de Rasputín
Muchos dones se le atribuyen a Rasputín, entre ellos la capacidad de hipnotizar a las personas con su mirada, de manipularlas y someterlas a su voluntad, especialmente a las mujeres, de predecir el futuro, o los poderes curativos con los que, según se cuenta, palió los efectos de la supuesta hemofilia que el zarevitz Alekséi sufría mediante la hipnosis.
Introducido en la corte por la Duquesa Militza, se granjeó la confianza del Zar Nicolás II y su esposa hasta convertirse en su consultor. Todas las decisiones pasaban por él, hasta el punto en que este hecho le convirtiera para un sector de la aristocracia en una influencia peligrosa en la Corte. Además, al parecer, Rasputín era un hombre entregado a la lujuria y vicio de las orgías desenfrenadas, hecho que unido a su excesiva influencia sobre la zarina, le otorgó una reputación pésima entre algunos sectores de la nobleza y entre la propia familia Romanov.
La muerte terrible de Rasputín
En la noche de su muerte, el Duque Dmitri Romanov, el Príncipe Félix Yussupov, Vladimir Purishkevich (un miembro del Parlamento) y el Doctor Lazaret urdieron un engaño para atraer a Rasputín hasta el palacio del Príncipe Félix bajo la excusa de una reunión con la mujer del Príncipe, Irina. Se le ofrecieron vino y pasteles envenenados, pero para desesperación de Félix, las horas pasaban y la comida envenenada no surtió más efecto que una excesiva salivación.
El Príncipe entonces decidió, presa del pánico, recurrir a un arma de fuego con la que disparó a Rasputín cuando estaba distraído. No obstante, cuando fue a comprobar que el hombre yacía sin vida, Rasputín abrió un ojo y trató de agarrarle. Félix corrió hacia la sala donde esperaban el resto de conspiradores, pero cuando volvieron, Rasputín se había levantado en un intento de escapar. Esta vez fue Purishkevich quien intentó disparar, errando en el tiro dos veces. Finalmente, acertó en un tiro en la espalda y otro en la cabeza. Rasputín cayó desplomado al suelo. Sin embargo, el monje todavía vivía, por lo que lo envolvieron en una tela y lo arrojaron al río Niva. Dos días más tarde, cuando recuperaron su cuerpo, se percataron de que el cuerpo presentaba signos de ahogamiento.
El monje loco, como le llamaban algunos, murió aquella noche, y con él, la clave de muchos de los misterios que se fraguaron en torno a su mítica figura.