El Praemium Imperiale, honor otorgado por la Familia Imperial Japonesa y la Academia de las Artes del Japón, ha hecho públicos los cinco artistas merecedores del reconocimiento este martes 13 de septiembre: Cindy Sherman (pintura), Annette Messager (escultura), Paulo Mendes da Rocha (arquitectura), Gidon Kremer (música) y Martin Scorsese (teatro/cine).

Este reconocimiento fue creado en honor al hermano menor del emperador Shōwa, cuyo reinado contempló el período entre 1926 y 1989, haciendo eco de su personalidad antibelicista y procultural. Los criterios de selección han sido resumidos en las contribuciones sobresalientes realizadas por artistas o grupos que fomenten la creación a nivel internacional; cada premio consta de un certificado y una remuneración valorada en 134 000 euros.

Durante 28 ediciones, el Praemium Imperiale ha reconocido a más de 144 artistas, evidenciando la multiplicidad de lenguajes y trayectorias a nivel mundial, sobretodo dentro de la hegemonía del mercado del Arte, cuyo hermetismo pareciera hacerse más evidente con el paso de los años.

Personalidades como Antoni Tàpies, Philip Glass, Yayoi Kusama, Louise Bourgeois y Jean Luc Godard, han sido laureados con el reconocimiento por su larga trayectoria y por su inmersión en el sistema del arte internacional, pero es imposible pasar por alto que el arte contemporáneo se ha transformado en un objeto de consumo y en la piedra angular del mercado turístico mundial, decantando en una ininteligibilidad pasiva que menoscaba su calidad.

Al observar detalladamente las ediciones anteriores del Praemium Imperiale sigue siendo evidente la ausencia de representantes periféricos, así como también de representantes culturales ajenos a la escena artística popular. ¿Quién determina la contribución a la humanidad? ¿Cómo se ejecuta un criterio de selección sin incluir aquellas personalidades cuyas escenas no logran alcanzar el mainstream?

Existen muchos canales mercantiles que sostienen el mercado del arte y que, al mismo tiempo, sustraen muchas manifestaciones de maneras aparentemente aleatorias. Cabría preguntarse si realmente el producto del arte ha sido alguna vez una manifestación cultural, testimonio de una época o si, por el contrario, es la mejor estratagema para disimular quehaceres menos "humanitarios".