Es evidente que la construcción de dichos edificios requirió grandes cantidades de material, logística y esfuerzo, por parte de los anasazi. Algunos aspectos no han sido aclarados por la Arqueología.
Entre los materiales utilizados, los arqueólogos han encontrado jacal, que es una clase de adobe, pero se sabe que utilizaban también ladrillo cocido. Pero en determinado momento –que se estima alrededor del siglo X– se produce un cambio, algo que les obliga a modificar sus hábitos drásticamente y deciden instalar sus hogares en zonas de acantilados.
Zonas de muy difícil acceso o, cuando menos, muy incómodas a la hora de penetrar en sus casas. Más esfuerzo, más trabajo… y más materiales de construcción, especialmente madera, que la arqueología no ha conseguido determinar de dónde procedía y, sobre todo, cómo fue transportado tal cantidad de este material hasta tan peculiares asentamientos, en una zona desértica y que quedaba lejos de todas partes, sin el concurso de la rueda, como ya hemos dicho. Y es que, según determinados cálculos realizados a tal respecto, los anasazi precisaron la friolera de ¡250.000 toneladas de madera!
Algo que también deja perplejo a quien se asoma al estudio de esta cultura, pues al parecer, y según algunas teorías, los anasazi acabaron por abandonarlo todo e iniciaron un éxodo –se supone– que aún no ha sido debidamente explicado.
¿Qué lo motivó? ¿Cuáles fueron las razones que obligaron a este misterioso pueblo a abandonar el lugar y perderse definitivamente en el olvido?
Entre las hipótesis que se barajan hay para todos los gustos y colores; problemas de sobrepoblación, posibles guerras o incluso un inesperado cambio climático que obligó a los habitantes de la zona a marchar.
Sea como fuere, un detalle sumamente interesante es que estos pobladores no han tenido “continuidad étnica”, es decir, no existen culturas o civilizaciones actuales que demuestren fehacientemente que son descendientes directos de los antiguos anasazi. Da la impresión de que “desaparecieron”, sin más.
Algunos estudiosos esgrimen la teoría de que pudieron verse intimidados por la amenaza –o quizá la acción directa– de alguna clase de enemigo, pero este extremo tampoco ha logrado aclararse.
De hecho, no existen demasiados indicios que apunten a apoyar tal hipótesis de trabajo.
Y es que, en este asunto, sólo un par de cosas parecen estar más o menos claras: en determinado momento experimentan un cambio drástico que los decide a establecer sus viviendas en lugares escabrosos y de difícil acceso y, por otro lado, abandonan el lugar, al parecer, a toda prisa, sin dejar rastro y sin parecer importarles demasiado cuanto dejaban atrás. Algo importante debió motivar tales decisiones.
También se han hallado diversas pinturas y petroglifos, al parecer de factura anasazi, que han dado pie a explicaciones relacionadas con las clásicas aclaraciones de la arqueología. Un enigmático pueblo, en definitiva, con el que a menudo suele tirarse de ese recurrente “cajón de sastre” de la arqueología, con el que se explican muchas circunstancias desde el punto de vista de los cultos sagrados y los ritos ceremoniales pero que, a decir verdad, no convence a todo el mundo.
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