En navajo, el término “anasazi” vendría a significar algo así como los “antepasados enemigos”. Un pueblo “enemigo” del cual aseguran los propios navajo que provienen, aunque este extremo no puede demostrarse en realidad. El mismo origen se atribuyen, así mismo, otras tribus presentes en la extensa región, como los zuñi o los hopi, pero existen dudas bastante convincentes de que estas afirmaciones, basadas en la tradición oral, y la Historia antigua puedan llegar a tomarse en serio. De hecho, estos últimos –los hopi– utilizan para referirse a ellos el término “Hisatsinom”, al interpretar el significado de “anasazi” como algo despectivo.
Puesto que no existe ningún documento escrito que lo acredite –los “anasazi” no conocían o no utilizaban la escritura– no tenemos referencias de cómo se denominaban ellos mismos en realidad.
Sabemos que, además de la escritura, tampoco conocían la rueda lo cual, según parece, no les impidió llevar a cabo curiosas construcciones para la época como, por ejemplo, edificios de hasta cinco plantas. Ninguna de las etnias que aseguran descender de los anasazi realizó esta clase de construcciones jamás; muy al contrario, estas técnicas de construcción empezaron a desarrollarse a partir del siglo XIX, y se sabe que los anasazi poblaron la zona suroeste de Norteamérica desde el siglo VIII hasta su misteriosa desaparición, en algún momento del siglo XIII.
Un episodio –el de su desaparición– por cierto, que está rodeado de intensas brumas.
La extensa zona geográfica en la que este pueblo se asentó ya plantea a los investigadores serios problemas. No por el enorme territorio que ocuparon en sí, sino por las condiciones de éste. La vegetación es bastante escasa, y las condiciones climáticas del lugar son extremas, no constituyendo un enclave demasiado apropiado para llevar una vida aceptable, con el agravante de que tampoco abundaban los recursos necesarios para ello.
En invierno las nevadas están a la orden del día, y en verano las temperaturas son poco menos que insoportables. A pesar de todo, los anasazi se establecieron de forma permanente en aquel amenazante territorio. Fue precisamente al buscar refugio ante una intensa nevada, en diciembre de 1888, cuando Charlie Mason y Richard Wetherill descubrieron el asentamiento de los anasazi quedando prendados, casi al instante, por aquellas inusuales maravillas arquitectónicas que prácticamente “colgaban” de un acantilado.
Más tarde, los arqueólogos que sucesivamente se han encargado de estudiar el enclave, han quedado maravillados por diversos aspectos que no acaban de encuadrar en ningún contexto. Viviendas, lo que se interpreta como “observatorios astronómicos”, “centros ceremoniales”… ¿y larguísimas “carreteras” de cientos de kilómetros? Nada de todo aquello encajaba con el modelo y las técnicas de construcción de otras etnias presentes en la zona, lo que asignaba a los anasazi un carácter peculiar y único. Otro Misterio para la Arqueología.
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