Muchos seres humanos tienen la necesidad de aferrarse a determinados símbolos y objetos que les hacen sentir más seguros. La función de estos amuletos es la de proteger frente al mal.
Plinio el Viejo los llamaba “medicus invidiae”: doctor o remedio para la envidia o el mal de ojo.
Todas las clases sociales, sin distinciones, han recurrido alguna vez y a lo largo de la Historia a ellos.
Podemos apuntar que los más antiguos son los colgantes y collares hallados en yacimientos prehistóricos, elaborados con cáscaras, conchas y caracolas.
Quizás nuestros antepasados consideraban que si estos envoltorios habían protegido a frutos y animales también los protegerían a ellos.
En Mesopotamia se introducían en los muros de las casas amuletos para que ampararan a sus dueños de elementos externos.
Por todos son bien conocidos el ojo de Horus o los escarabeos que protegían contra el mal en el Antiguo Egipto.
Los Griegos contaban con unos anillos o láminas de oro, plata o estaño enrollados y colgados al cuello donde se escribía un tipo de fórmula para repeler enfermedades.
Los romanos también tenían sus amuletos. Los más conocidos y los que ellos tenían muy presentes eran los que representaban símbolos fálicos. Los hay de todos los tamaños, formas y materiales y se cree que iban más allá de su propio significado sexual.
En la actualidad contamos con nuestros amuletos pertinentes como la herradura, la pata de conejo, los búhos y los elefantes, aunque muchos de ellos también tienen su origen en la antigüedad como el trébol de cuatro hojas, asociado con los druidas o las piedras semipreciosas, muy habituales en todas las culturas.
Yo no soy supersticiosa y debo confesar que desconocía uno de ellos; al parecer es precisamente el que está más de actualidad.
Se trata de una mano abierta; posición que quizás pretenda transmitir la idea de parar o detener el mal.
La mano de Fátima o la mano de Miriam, que es como se la conoce, se ha venido utilizando tradicionalmente en las culturas musulmanas y judías.
Lo cierto es que a mí me recuerda a otros amuletos de la Antigua Roma con forma de mano.
Eran conocidas como “La Mano de Fides” y se colgaban al cuello para rechazar el mal.
Concretamente uno de estos amuletos con forma de mano y fabricado en hueso fue hallado en una tumba lusitana del siglo I.
Se trata de la tumba de un niño.
Podemos imaginar la impotencia de aquellos padres ante su pérdida y ante el hecho de no poder hacer nada más por él.
Pero sí, aún quedaba algo por hacer, proteger con un amuleto en forma de mano, la última morada de su hijo; probablemente conocían una antigua superstición romana, según la cual las tumbas de los niños eran expoliadas para utilizar los huesos en la fabricación de pócimas.
O tal vez, sencillamente, pretendían protegerlo en su último viaje, un viaje al que ellos no podrían acompañarlo.