En 1997, cuando se llevaba a cabo el Primer Congreso Internacional de la Lengua Española (Zacatecas, México), el respetado Gabriel García Márquez, le puso color al encuentro al proclamar "Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna; enterremos las haches rupestres; firmemos un tratado de límites ente la ge y jota; pongamos más uso de razón entre los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer 'la grima' donde diga 'lágrima' ni confundirá 'revólver' con 'revolver'". La sentencia causó mucho revuelo en las esferas intelectuales, asumiendo diversas posturas frente a las palabras de don Gabo.

Más allá de la controversia lingüística, hay algo que no se le puede negar al premio Nobel, y es que la ortografía sigue siendo el terror del ser humano, sobre todo de los pequeños. Al respecto, en los últimos años, han surgido teorías acerca de la mala ortografía que vienen del campo de la neurolingüística y que asocian esta falencia en la escritura con la memoria.

La ortografía sí tiene quien la escriba. Tradicionalmente, quien tenía errores de ortografía era porque no conocía las reglas del buen escribir. Según esta postura del aprendizaje de la lengua, con solo estudiar la normativa, y saberla de principio a fin, el problema estaría resuelto. No obstante, cualquiera que haya tenido la "patología de la hoja en rojo", podrá saber que el final nunca es feliz, aunque sepa cuándo se usa la B y cuándo la V.

Este es el punto de partida para la neurolingüística, la disciplina que se encarga de estudiar los procesos neurológicos en relación al lenguaje.

Según la teoría de la neurolingüística, la mala ortografía es un problema de la memoria visual, aquella que permite reconocer rostros de personas vistas una sola vez o que, al menos, parezcan familiares.

Por su parte, la memoria visual es uno de los tipos que se halla dentro de la memoria a largo plazo. Está demostrado que las personas que cuentan con buena ortografía, visualizan (a nivel inconsciente) la palabra segundos antes de escribirla. Esto, según la neurolingüística, en individuos con errores ortográficos no sucede.

Resumiendo: quienes tengan algún déficit en la memoria visual, no puede reconocer el error puesto que para hacerlo, deberían visualizar la palabra bien escrita, y ellos no la recuerdan.

Propuestas de mejora. La escuela, entre otras muchas calificaciones, puede definirse como un laboratorio. Durante mucho tiempo, una práctica muy común era el dictado en clases de lengua y la corrección de errores completando renglones de la palabra mal escrita. La práctica en sí ha caído en desgracia, producto de otras innovadoras ideas que llegan para satanizar a otras. Por eso, tal vez, los estudiantes de antaño tenían menos errores (o quizás fuera porque sí había prácticas bien terribles en las aulas). Sin embargo, y aunque pueda parecer una tortura, la repetición de una palabra hace mella en la memoria visual, y, por tanto, en poder conseguir una buena ortografía.

La repetición, la escritura una y otra vez, la visualización a partir de juegos de asociación, serán buenos inicios para el recuerdo de la palabra bien escrita.

El papel de las reglas ortográficas. A esta altura, puede pensarse que aprender la normativa no sirve. Claro que sí, pero será útil para quien se le presente una duda ortográfica. A las personas que tienen errores ortográficos producto de un déficit en su memoria visual no se les presentan dudas, pueden escribir vaca o baca, incluso en dos líneas consecutivas, y no ven nada terrible. Por lo tanto, para adquirir una buena ortografía, con aprender las reglas no será suficiente.

Finalmente, una última consideración acerca del papel social de la ortografía.

Como bien decía Gabriel García Márquez, la ortografía continúa siendo uno de los terrores del hombre, sin embargo, escribir bien (o mal) impacta socialmente. Según el prestigioso lingüista Luis Pedro Barcia escribir con faltas de ortografía tiene un gran poder de descalificación social. Pero esto ya es otro tema.