"Vivía en Aleppo, en un barrio dominado por el ejército de Al Assad junto a mi familia", relata Sharlinne, una de las voluntarias sirias que ayuda a los refugiados afincados en Líbano. "La ciudad vive bombardeos constantes. Tuvimos que salir del país cuando nuestro barrio empezó a ser destrozado por los rebeldes", añade.

La vida de un refugiado dista mucho de ser fácil. A la falta de recursos económicos se añade la precariedad sanitaria, su principal problema. Además de las ONG, las organizaciones religiosas, desempeñan un papel crucial en la ayuda a los refugiados.

Además de atención escolar reparten alimentos entre las familias que no pueden abastecerse por sí solas. En muchos casos, las entregas de comida son su única fuente de subsistencia. Los Jesuitas tienen un fondo económico para intervenciones médicas urgentes, aunque han llegado a darse situaciones más dramáticas: ante la falta de medios económicos para poder tratarse, los afectados se resignan a morir en sus viviendas.

"En Líbano no hay Seguridad Social. La mayoría de refugiados no puede costearse unos mínimos sanitarios", añade Ángel Benítez-Donoso. La pobreza extrema facilita la proliferación de enfermedades de todo tipo. Si se trata de enfermedades corrientes, los pacientes optan en muchos casos por no medicarse y dejar que el malestar se cure con el tiempo.

Con problemas más graves la situación varía: hay quienes optan por volver a Siria y obtener un tratamiento a mejor precio, con el riesgo que ello conlleva. Otros en cambio buscan remedios más económicos en el propio Líbano, a través de médicos sin titulación: "existen clínicas que realizan consultas a precios ridículos, unas 10.000 libras libanesas (6 euros), pero tanto los medicamentos como las operaciones quirúrgicas se costean por separado", concreta Ángel.

Sin embargo la pobreza, las enfermedades, la exclusión social y la guerra no afectan a todos por igual. Los niños son los principales damnificados por el conflicto. En el barrio cristiano de Beirut, Ángel coordina una escuela para niños refugiados de entre 3 y 14 años. Allí estudia Abdul, un niño de 7 años enamorado del fútbol.

Él, como la mayoría de sus compañeros, no tiene nada que hacer fuera de los muros del colegio. Habla del Manchester United, del Barcelona y del Real Madrid en un francés rudimentario. Aunque la conversación duró lo que tardó en encontrar un balón y ponerse a jugar.

Sin apenas atención familiar, los niños se hacinan en viviendas de 30 metros cuadrados que deben compartir con un gran número de familiares. El único refugio de estos pequeños es el colegio. "Los niños están faltos de cariñó. Una caricia o una sonrisa basta para que se te abalancen encima", explica Ángel. "No puedes hacerles un mal gesto, porque se derrumban. En sus casas están desatendidos y es en el colegio donde encuentran una vía de escape a su situación".

La esperanza de un futuro mejor choca con la cruda realidad del día a día en Beirut. Muchas familias sirias tienen la intención de reunir el suficiente dinero para emigrar a zonas más prósperas del mundo. Con el cierre de las fronteras europeas muchos sirios buscan cobijo en Australia o Canadá, aunque hoy solo sea un sueño.