La finalidad principal de todo deporte, es generar competitividad entre distintos rivales, para que los espectadores puedan entretenerse y disfrutar de la disputa.

Hace no mucho tiempo, en la época en la que no hacía falta comprobar que tenías un teléfono para aventurarte a ir a la calle, todo deporte estaba movido en gran parte por el sentimiento de euforia que provocaba el evento en sí a los aficionados de la disciplina que fuere.

Existían los hooligans ingleses, apasionados fans que se caracterizaban, al igual que los alemanes, por su gusto por la cerveza anterior, posterior y durante la contienda.

El acontecimiento social que suponía un simple partido de Baloncesto universitario, podía desatar que un gran numero de familias estadounidenses paralizaran sus planes de “weekend” para asistir a este acontecimiento, por el simple hecho de que "el basket es intocable “.

El aficionado madrileño, fijo en el bar viendo el futbol de los domingos, las familias británicas encerradas en verano para ver la final de Andy Murray en los Juegos Olimpicos, o el grupo de amigos americanos que quedan para ver con fritos, todos y cada uno de los partidos de los Patriots y para los que su habitación no esta ordenada hasta que el póster de Peyton Manning no está recto, son algunos de los casos que generaban una fuerte identidad de cómo podía afectar a una sociedad, en su estilo de vida, un vínculo tan potente hacia algo que les genera una intensa emoción y que, en definitiva, une a ese país, región, nación o simplemente comunidad de personas.

La principal característica de los casos mencionados anteriormente, consistía en una pasión por algo, por un equipo o por un representante con el que sentías una identificación, un convencimiento de que era el que mas se asemejaba a lo que tú querías ver triunfar, y que por lo tanto generaba en tí un sentimiento de afinidad o, incluso, de atracción.

Este sentimiento movía masas , unía a una comunidad de personas que compartía aquello que pensabas y que te hacia sentir bien, tu gusto por un equipo o por un deportista , provocaba entretenimiento puro, adrenalina,desataba la furia acumulada, la euforia mas profunda de cada uno, convirtiéndote, con la victoria de aquello a lo que animabas, en un aficionado que había alcanzado, gracias a esa afición, uno de sus cotas más altas de felicidad.

Pero desgraciadamente para el deporte, la sociedad actual, más concretamente los aficionados jóvenes, están sufriendo un proceso de alienación que está llevando a la esencia pasional y competitiva del deporte a pique, debido al incipiente desarrollo del mayor mal que le podría haber atacado a lo deportivo: las apuestas.

Las casas de apuestas se han erigido como las principales contaminantes del “aficionado tradicional”, del tipo de persona descrita anteriormente, de ese individuo capaz de evadirse de sus problemas sentimentales, laborales o familiares de una manera simple y recurrente como era encender un televisor o acudir a un estadio para animar asus ídolos.

¿Cómo han conseguido las casas de apuestas focalizar la atención y atraer un mayor número de aficionados?

Es simple. La mejora de su sistema de funcionamiento, algo que no se les pude achacar en ningún caso, puesto que buscan, como es normal y comprensible, su beneficio, lo que da lugar a que se haya llevado a cabo un desarrollo tal, que apostar en eventos deportivos está tan al alcance de la mano del ciudadano medio que ha provocado un aumento del interés y visualización de este tipo de espectáculos.

El caso más claro se da en la juventud, chavales que no tienen ingresos fijos y que tienen unos gastos que, en algunos casos, sus padres no están dispuestos a pagar. Estos jóvenes encuentran en las apuestas un tema de conversación social para sus círculos, y con el que obtienen beneficios, lo que produce un doble interés, dejando en segundo plano el ya anticuado sentimiento de fervor hacia ese grupo deportivo o deportista que hacia sentir todo lo mencionado en los párrafos superiores.

De este modo, no es raro ver una congregación de amigos que se reúne para “ver” un partido de cualquier deporte,en el que todos los miembros aseguran fidelidad eterna a un club o deportista al que seguramente deseen ver triunfar, pero al que probablemente hayan destinado una cantidad apostando por su victoria, eclipsando de esta manera una total atención al disfrute del encuentro, en detrimento del miedo por la pérdida económica propia.

En muchos círculos se da este caso, y gran prueba de ello son los llamados “aficionados oportunistas “ que suben a las redes fotografías “jurando amor eterno” a una entidad deportiva, pero que realmente desconocen la esencia dela misma, su historia, sus detalles, y que “se suben al barco “ en los buenos momentos , en las victorias, y, sobre todo cuando anteriormente se ha depositado una cantidad que pueda reportar beneficio.

Muere la imagen del abuelo con su nieto yendo a un estadio, se apagan los llantos por derrotas de un equipo que gana 3 partidos en una temporada de 38 disputas, aparece el llamado “postureo”, frases en los bares como “no pasa nada, el empate también me vale” , y sobre todo se pierde la magia del deporte, la sociedad necesita del aficionado y su pasión para unirse, así como el deporte necesita de incondicionales que defiendan sin argumentos un club, para continuar generando a su vez competitividad por una hinchada que no calla en la grada, y por unos recintos televisivos donde solo se escuchen, aunque quede mal decirlo, palabras mal sonantes cuando el equipo contrario mete un triple, marca un gol o el corredor de tu nacionalidad no ha sido el primero en cruzar la línea de meta.