Ya es tremendo por su altura, pero en Montreal ha pegado un estirón más. Zverev ha mancillado el trono de 'su majestad' Federer derrotando al suizo en la final del ATP canadiense. Hacer humano a Roger en una final es una diplomatura que desgasta los codos. Zverev lo hizo y de paso le recordó que le toca afeitarse. "Lo siento, algún día ganarás en Montreal" le decía Sasha entre la carcajada unánime de la pista central. Unánime sí, porque hasta Federer tuvo que rendirse a su potencial: "Algún día me contarás lo que es porque yo no lo sé". Maestro y superdotado aprendiz dejando huella también sin raqueta en mano.

El tenis es de otra pasta.

La conquista del trofeo del alemán, segundo consecutivo tras proclamarse también campeón en Washington, le refrenda como un torbellino que puede arrasar con los líderes del ranking ATP. De momento, le ha arrebatado el séptimo puesto a Dominic Thiem, pero Alexander quiere más. Su comedida celebración al recoger el título en Canadá refleja que esto no ha hecho más que empezar y que su historial tenístico recogerá otras tantas fechas gloriosas. Se perciben atisbos de ciclón procedentes de Hamburgo.

El pequeño de los hermanos Zverev está llamado a marcar una época. Coraje, ambición y templanza hacen del germano un peso pesado al que nadie quiere enfrentarse. Pese a su enorme juventud, colgarle el cartel de promesa se ha convertido en una grosería.

A sus 20 añitos ya se ha proclamado campeón de ATP 250, ATP 500 y Masters 1000. A falta de un Grand Slam, cuenta con seis tí­tulos en su palmarés, cinco de ellos en el 2017 (los mismos que Federer), y es el segundo mejor tenista en la carrera ATP del año. Confirmada la baja de Federer en Cincinatti por problemas en la espalda y que Nadal no termina de mostrarse solvente fuera de la arcilla roja, Zverev vuelve a salir a la palestra como gran favorito a levantar un nuevo título en pista dura.

Su madurez es totalmente proporcional a la solvencia en su tenis. Las sensaciones que transmite son las de un chico centrado, evadido de las distracciones y firme en sus decisiones. De rostro de no haber roto un plato y sonrisilla del que prefiere no acaparar los focos, Alexander es un niño con carácter de veterano y eso no abunda en el deporte de élite.

Un diamante que maravilla bajo la mirada atenta de Juan Carlos Ferrero y que seguirá puliéndose en manos del valenciano. Zverev tiene licencia para comerse el mundo y su primer Grand Slam ya se está cocinando.