Es una evidencia, la mejor versión del tenista mallorquín Rafael Nadal ha vuelto. Tras tocar fondo en Shangai contra el serbio Viktor Troicki, Nadal tomó la decisión más difícil pero sin duda la más acertada: parar. Nadal decidió no volver a competir hasta recuperarse de sus problemas de muñeca, que le tuvo mermado en torneos clave como fue el US OPEN (derrotado por Pouille en un encuentro épico a 5 sets).
No era una opción fácil, pero nadie conoce mejor a Rafa que él mismo, de modo que Nadal colgó la raqueta hasta su aparición en Brisbane a principios de año, donde cuajó un torneo con un aprobado cayendo en cuartos contra el cañonero canadiense Milos Raonic en un partido bastante igualado.
Pero comenzaba el primer test serio de Nadal después del parón, llegaba el primer Grand Slam del año en Australia. Ante sorpresa de algunos (para otros, no tanto) Nadal empezó a mostrar síntomas de clara mejoría con respecto al 2016. La primera gran prueba la tuvo contra la joven estrella A. Zverev, donde el alemán obligó exprimirse al español.
Ese partido marcó un antes y un después, Nadal daba síntomas de retorno más que obvios, que se acabaron confirmando ganando al siempre impredecible Monfils y al búlgaro Dimitrov (en el mejor momento de su carrera). Y ante deseo de todos, llegó la final más esperada.
Nunca dos amigos fueron tan enemigos; dos de los mejores tenistas de la historia volvían a verse las caras en una final en el AO.
El maestro suizo, Roger Federer también ha vuelto, y los dos brindron una final épica para deleito del público. La balanza se decantó del lado del eterno Federer, pero eso no detuvo a Nadal en su retorno hacia la gloria. Tras perder dos finales en apenas en un mes (otra vez contra el intratable Federer), Nadal seguía mostrando síntomas de mejora pero siempre muriendo en la orilla.
Pero llegaba la hora de a verdad, llegaba la temporada en tierra. Todos los ojos estaban puestos en el mejor jugador de la historia en esta superficie. Y cómo no, Nadal no decepcinó. El 10º MonteCarlo y 10º Conde de Godo corroboraba la vuelta del mejor Nadal. Pero donde realmente Nadal se puso a prueba fue en el Masters 1000 español, el Mutua Madrid Open.
El camino hacia el título era de todo menos cómodo. Fognini, Kyrgios, Goffin, Djokovic y Thiem fueron las víctimas del tenista balear. El tercer título del año llegaba de forma consecutiva, sin encontrar oposición alguna contra varios de los emjor tenista del circuito.
Finalmente, Nadal volvió a sentir el amargo sabor de la derrota en Roma ante un inspirado Thiem en un partido lejos del nivel que el español nos tenía acostumbrados. Pero la hora de la verdad había llegado. El Grand Slam por excelencia del polvo de ladrillo: Llegaba Roland Garros.
Si uno piensa en este torneo, lo primero que le viene e la cabeza es Rafael Nadal con su ropa impregnada de tierra mordiendo el trofeo. No cabe duda de que RG es el torneo fetiche del balear (9 veces coronado campeón en la Philippe Chatrier).
Rafa Nadal está a pocos pasos de hacer historia (más aún) en su lucha por conseguir su 10º trofeo en tierras parisinas. El tenista está mostrando un nivel superlativo arrollando en las primeras rondas sin dar ningún tipo de opción al rival. Hace muchos años que no se recuerda a un Nadal a este nivel rozando la invencibilidad en estas pistas. La gloria aguarda, y no me cabe que el cielo de París volverá a ver a la leyenda desplomándose en el suelo una vez más. Porque, el cielo, nunca estuvo tan cerca de la tierra.