Como una chica más de principios de siglo XX, se esperaba de ella tan solo que siguiera el patrón típico de la sociedad italiana del momento, que se casara y formara su propia familia, limitando así una mente brillante y prodigiosa.
Infancia
Nació Rita en Turín en abril de 1909 y con ella también su gemela Paola, quien se dedicaría a las artes plásticas (heredando las habilidades de su madre, Adele Montalcini, pintora). De familia sefardí, su padre era ingeniero eléctrico y desde un principio dejó claro que no quería que Rita se dedicase a la ciencia.
Ante la oposición de su padre, Rita no se amedrentó y continuó luchando por conseguir su propósito, hasta que vio su sueño materializado.
De panadera a científica
Teniendo clarísimo a qué quería dedicarse, entró a trabajar a una panadería donde trabajaría por unos años. Lo peor del trabajo, enfrentarse cada día a la levadura, a lo que era alérgica y a la negación de su padre, que se oponía tajantemente a su intención de estudiar, por lo que indudablemente no recibió ningún tipo de ayuda económica por su parte. Cuando por fin pudo costearse los estudios, entró a la Facultad de Medicina de Turín.
Para 1936, Rita se graduó con la nota más alta, el Summa cum laude, para posteriormente doctorarse como neurocirujana.
Discriminada por judía
Trabajó hasta 1938 como ayudante de Giuseppe Levi, reconocido y prestigioso científico, especializado en histología (parte de la anatomía dedicada al estudio de los tejidos orgánicos). Su trabajo junto a él se ve interrumpido por la publicación del Manifiesto per la Difesa della Razza, en el que Mussolini prohíbe a todo aquella persona de raza judía acceder a una carrera y como consecuencia tampoco ejercerla.
A escondidas, durante la Segunda Guerra Mundial, monta un laboratorio en su propio dormitorio, donde comenzó sus investigaciones sobre el crecimiento de las fibras nerviosas en embriones de pollo.
Nueva oportunidad allende los mares
Durante la contienda y debido al miedo a la persecución de su raza, la familia Levi se traslada de Turín a Florencia, con laboratorio y todo, para más tarde regresar de nuevo a Turín.
Desde Washington recibe una invitación de la Universidad de San Luis, la cual acepta en principio para quedarse por seis meses y bajo la supervisión del zoólogo y embriólogo alemán Viktor Hamburguer (puede ser redundante mencionar su nacionalidad, con ese apellido tan representativo). Muy mal no le iría en tierras norteamericanas, pues de un simple semestre pasó la italiana casi treinta años investigando sobre el factor de crecimiento nervioso.
Recompensa a su trabajo
En esos treinta años ejerció Rita su mayor trabajo de investigación. Junto a Stanley Cohen recibiría en 1986 el Nobel de Fisiología o Medicina, su colaboración en común sería el antecedente, para descubrir que las células solo crecen tras recibir la orden de un tipo de sustancias llamadas factores de crecimiento.
A caballo entre Roma y San Luis, Rita compaginó sus clases como docente en las respectivas unidades de investigación de ambas ciudades. Hasta 1978 estuvo dirigiendo en centro de Investigación Neurobiológica de Roma y el laboratorio de bilogía celular de la capital de Italia.
Reconocimiento y honores
“El cuerpo hace lo que quiere. Yo no soy mi cuerpo, soy mi mente”.
Con esta cita suya, la científica se acerca mucho a la concepción de lo que hoy se vislumbra como física cuántica. Con una longevidad envidiable (murió con 103 años, con plenas facultades mentales) fue merecedora de numerosos premios, recibiendo el titulo de Doctora Honoris Causa en tres ocasiones, fue nombrada senadora vitalicia por el presidente de la República italiana y obtuvo la Medalla Nacional de la Ciencia (máximo reconocimiento de la comunidad científica estadounidense).