En los últimos años, han proliferado los debates sobre la eficacia de las políticas de inversión en biocarburantes. Hay una menor emisión directa de gases de efecto invernadero cuando se usan biocombustibles en los automóviles, pero esto se ve contrarrestado por la necesidad de emplear combustibles fósiles para la fabricación de etanol, desde la roturación y cultivo de los terrenos hasta el proceso de transformación de los cereales en biocarburantes.

Ahora, un estudio publicado en la revista Science (Do biofuel policies seek to cut emissions by cutting food?

) concluye que hay otro problema: las actuales políticas sobre biocarburantes necesitan que se consuman menos alimentos para ser efectivas. Al disminuir la cantidad de comida que personas y animales consumen, disminuye la cantidad de dióxido de carbono que estos emiten a través de desperdicios, excrementos y procesos respiratorios.

Sin esta reducción del consumo, los biocarburantes generarían más emisiones que la gasolina, afirma Timothy Searchinger, de la Universidad de Princeton, que ha dirigido el estudio: el etanol producido con trigo generaría un 46% más de emisiones que la gasolina, y el etanol procedente del maíz, un 68% más.

La investigación se ha centrado en tres modelos empleados por agencias de medio ambiente de Europa y Estados Unidos.

Según los autores, buena parte de los cultivos que dejan de dedicarse al consumo y se destinan a la producción de biocarburantes no ha sido cubierta mediante la ampliación de terrenos. Se estima que se ha perdido para el consumo humano y animal entre el 20% y el 50% de las calorías desviadas a la producción de etanol.

El problema no es sólo la cantidad, sino también en calidad: en el caso del modelo sostenido por la Comisión Europea, parte de la pérdida de calorías para consumo humano se cubre con aceites de menor aporte nutricional.

El resultado no se limita sólo a que haya menos comida. Al disminuir la oferta, los precios de los alimentos suben en todo el planeta, lo cual tendrá efectos desproporcionados en los países más pobres, afirma Searchinger.

El estudio concluye que los modelos empleados esconden los detalles que muestran que la reducción de alimentos y su consumo son necesarios para que las actuales políticas sean efectivas, y sugiere mayor transparencia para que se puedan elaborar modelos más eficaces en la lucha por disminuir la emisión de gases de efecto invernadero.