El poder que amasaban y los conocimientos que poseían cavaron la tumba de los Templarios. Porque el Temple, además de ser esa orden de monjes guerreros que vigilaban las rutas santas, bien podían ser considerados como "un Estado dentro de los Estados y una Iglesia dentro de la Iglesia", citando las palabras de Juan Eslava Galán.

Estos fueron los motivos de la persecución que sufrieron por parte de Felipe IV de Francia y el papa Clemente V, movidos por la codicia y por la oportunidad de acabar con el estorbo que suponía el Temple para sus ambiciones.

De un plumazo, los Templarios fueron prohibidos, perseguidos y exterminados por toda Europa sin contemplaciones. Sin embargo, hubo un territorio en el cual, lejos de ser ajusticiados, los Templarios fueron recibidos con agrado: la Península Ibérica.

El territorio que hoy se conoce como Portugal y España dio cobijo a unos monjes que huían de una muerte anunciada. De hecho, el propio rey Alfonso I el Batallador legó en su testamento sus posesiones a la Orden del Temple. Los deseos del monarca no fueron aceptados por la nobleza, que se las ingenió para que la Historia no diera un vuelco de repente...

El especial amparo que recibieron los Templarios queda patente en la provincia de León, sobre todo de la Tebaida berciana.

Sus alrededores, como el Valle del Silencio o Ponferrada, tienen una gran tradición templaria y numerosas leyendas relacionadas con estos caballeros que la literatura ha convertido en mito. Los monjes del Temple no dudaron en asentarse en este enclave considerado como mágico desde tiempos inmemoriales, donde se retiraron a sus cuevas e implantaron su legado durante siglos en forma de vida eremítica.

Fernando Sánchez Dragó va más allá y, en clave metafórica, no duda en asegurar que "una de las gotas de sangre de ese mítico Grial se hallaría en la Tebaida leonesa".

Hay que tener en cuenta que la Tebaida recibe el mismo nombre de una zona situada en el Alto Egipto, lugar donde comenzó la tradición cenobítica oriental junto a Palestina y la Capadocia.

Además, en esta región desértica a orillas del Niño se asentaron los Templarios durante la época de las Cruzadas para entrar en contacto con la cultura oriental, desconocida en Occidente (excepto en la Península Ibérica). Gracias a ese productivo paso por Egipto, tuvieron acceso a unos conocimientos que, con el tiempo, fueron motivo de condena por parte de los encargados de discernir qué era ortodoxo y qué no.

El padre Flórez, en su obra España Sagrada, plasmó esa semejanza entre las tierras de El Bierzo y Oriente con una alusión clara hacia los Templarios: "Ninguno mejor puede competir con la Tebaida que los santos desiertos de Palestina. La multitud de santuarios, la santidad de los eremitorios, los muchos anacoretas y monjes que sobresalieron en victorias del mundo, solo podrá contarlos el que sabe las estrellas del Cielo".

La Tebaida de León, por tanto, se convirtió en uno de los puntos eremíticos más destacados de la Península Ibérica y refugio de un saber que traspasaba fronteras, milenios y culturas, cuyos transmisores fueron los monjes del Temple. Saber y conocimiento que acabó con ellos y los convirtió en leyenda...