Paolo Sorrentino se ha convertido en poco tiempo en uno de los directores más importantes y más influyentes del mundo con cuarenta y seis años. Y no es porque el cineasta napolitano tenga una breve carrera, ya que lleva ocho largometrajes desde 2001, sino porque alcanzar la madurez creativa con su juventud (quizás de ahí el nombre de su último film) y hacer si acaso la última obra maestra de la historia del Cine, está al alcance de casi ninguno.

En los tiempos en los que el rey catódico es Netflix, HBO vio el potencial del italiano y dio luz verde a una serie que la mayoría ha podido visualizar a principios de este año.

"The Young Pope" en la que narra como un atípico pontífice interpretado por Jude Law, utracatólico, fumador empedernido y bastante políticamente incorrecto se enfrenta al mundo y a los cardenales desde dentro del Vaticano con un misterioso objetivo revelado a lo largo de los episodios. La serie consta de diez capítulos y a mi entender, se queda demasiado larga ya que los grandes arranques "sorrentinianos" se dosifican a lo largo de la hora que dura el episodio, alternados por largas dosis de relleno donde no ocurre gran cosa reseñable. Lamentablemente hasta un artista como Sorrentino ha sido víctima de la fórmula televisiva donde es muy complicado ofrecer tramas destacables y se tiende a dosificar la calidad para que el espectador se enganche a algo más artificioso.

Aún así, si en vez de extenderse cien horas de metraje que dura, se hubiera comprimido en dos y media, y se hubiera destinado a la gran pantalla, estoy seguro de que hubiera lucido como una gran película.

HBO anuncia ahora que para finales de este año se rodará una continuación de la saga, llamada "The New Pope", en la que no aparecerá Jude Law.

Esto ha hecho que muchos fans de la serie pongan el grito en el cielo, sin embargo parece ser que más que una prolongación de The Young Pope, se trata de un spin-off dentro del universo que ha creado el cineasta italiano. Lo que si se confirma es la participación española a cargo de Mediapro, que en la serie original hizo que el actor Javier Cámara tuviese su hueco interpretando al cardenal Gutiérrez y por méritos propios resultase inolvidable su actuación.

Espero firmemente que podamos ver la genialidad del napolitano demostrada en su filmografía, pero especialmente en "La gran belleza", un punto y aparte en la historia del cine moderno. Esa narrativa grandilocuente que transcurre desde lo más elevado y elegante para mezclarse con lo hortera y lo desfasado sin pestañear y así establecer algo único y humano con lo que muchos nos identificamos. Y ese álter ego de lo que esperamos para nuestra vejez, ese Jepp Gambardella, que ha vivido y disfrutado tanto mientras buscaba "La grande bellezza", pero a la vez tiene esa crisis existencial cuando fantasmas de un pasado no cerrado se dedican a acecharle en el presente. Ese tipo elegante y encantador que es consciente de todo lo que ha vivido y quizás lo que ha dejado pasar, por lo que administra un elegante cinismo y una fina ironía a sus comportamientos e interacciones con su entorno.

Y sobre todo la dirección de Sorrentino, que muestra con distinción ese entorno entre natural y majestuoso dentro de un mundo superficial y lleno de clichés. Esa decadencia del todo, solemne y señorial ávida de nuevas glorias, pero que ha quedado detenida en el tiempo para que los mortales nos quedemos inmovilizados ante mayestática superioridad que ha resistido el transcurso de las épocas. Ese lugar llamado Roma.

La sutileza del cineasta al contarnos historias contrasta con la pesadez de muchos directores actuales empeñados en explicarnos todo para que no nos queden dudas, en lo que se ha calificado "cine para tontos" en el que los personajes y las situaciones están tan sumamente subrayadas que ofenden al público que tiene unas mínimas inquietudes.

El buen hacer de Sorrentino lo deja patente en esas paletas costumbristas y tremendamente particulares que nos ofrece, como la ridiculización que muestra de ciertos sectores culturales que se esfuerzan en innovar sin una base y una profundidad en sus raíces. Y por supuesto, sus influencias quedan patentes en su cine, aunque dentro de su clara personalidad tienen mucho gusto, no como de ciertos cineastas que parece que no se han visto ni una sola película anterior a 1980. La sombra de Federico Fellini y su "La Dolce Vita" es alargada, pero a la vez prolonga ese universo honesto del italiano capaz de mirarse en el espejo cara a cara, reconocer sus defectos, potenciarlos y a la vez saber reírse de si mismo.

Espero y deseo que The New Pope tengan bastante de estas características que he descrito y estoy seguro de que así será, pero sobretodo deseo que Paolo Sorrentino, hincha del Napoli, como el cardenal Voiello de The Young Pope, vuelva al cine con mayúsculas.