"Si hubiera habido censura de prensa en Roma no tendríamos hoy ni a Horacio ni a Juvenal ni los escritos de Cicerón", decía Voltaire. Sin embargo, esta es una visión muy romántica que no refleja la realidad, pues en el Imperio Romano la Libertad de expresión brillaba por su ausencia.

En el período de la República había una libertad de expresión considerable, debido a una indiferencia sobre los productos del intelecto. Pero la situación iba teniendo apariencia de cambiar cuando Julio César conquistó Alejandría en el año 47 a.C., al hacer responsables a los romanos del incendio que destruyó la gran riqueza de libros y saber que atesoraba la Biblioteca de Alejandría.

En el periodo del Imperio fue cuando se suprimieron muchos escritos por motivos políticos y religiosos. Cualquier crítica era tomada como contraria al emperador y suponía un severo castigo, incluyendo en algunos casos el destierro y la muerte, además de la censura de los textos considerados como conflictivos. Era habitual que los autores utilizaran pseudónimos para firmar sus obras.

Ovidio fue desterrado por Augusto al mar Negro donde pasó el resto de sus días, y sus obras como el Ars Amandi fueron censuradas. El emperador quiso deshacerse de este famoso poeta, conocedor de los desmanes amorosos de la familia de la máxima autoridad romana. Autores como Virgilio y Livio se vieron afectados por la locura de Calígula, que vieron cómo sus obras desaparecieron de las bibliotecas.

Nerón, conocido por mandar quemar Roma, ordenó la muerte de Séneca y el destierro de Galo Fabricio Veyento de Italia por sus fuertes críticas a los sectores más poderosos del Imperio en un libelo. La religión fue considerada también un peligro de Estado. Todavía se recuerdan las persecuciones de Diocleciano a todo lo que estuviese relacionado con el cristianismo, ya sean iglesias o centros de reunión donde había bibliotecas; y el intento de eliminar todo resquicio cristiano del emperador Julio el Apóstata.

La ausencia de libertad de expresión tampoco desapareció con la conversión al cristianismo.

Teodosio mandó quemar los escritos de todos los enemigos de la nueva religión oficial. Después del Concilio de Nicea, se persiguió a todas las interpretaciones consideradas como erróneas del mensaje apostólico. Los judíos no se salvaron de la quema de sus textos religiosos, quedando nada más en la actualidad un Talmud judaico completo, que se conserva en Münich.

Siglos después, cuando el Imperio Romano ya era Historia, el Renacimiento se encargó de dar un halo romántico a las culturas clásicas grecolatinas, pasando por alto que la libertad de prensa y de expresión era algo que se echaba en falta.