En la zona más montañosa y escarpada de la provincia de Alicante, donde la inaccesibilidad es una característica preponderante, se levanta el Sanatorio de Fontilles. La ubicación de este complejo sanitario no es casual, responde a un estigma que se ha transportado a lo largo de la Historia por los diferentes pueblos y civilizaciones: es la última leprosería de Europa occidental.
Los edificios que conforman esta leprosería se fundaron en 1909 gracias a Carlos Ferrís (Jesuita) y al abogado Joaquín Ballester Lloret. A día de hoy sigue siendo un reducto que combate la lepra gracias a la labor de religiosas, Jesuitas y un conjunto de profesionales sanitarios.
En este aislado paraje alicantino en la actualidad hay aproximadamente 50 pacientes que lucharon contra una enfermedad que va camino de su extinción.
Sin embargo, el carácter casi extinto de la lepra no traslada al ostracismo a un mal que fue motivo de marca social. El leproso ha sido históricamente una persona a la que se ha considerado como maldita, endemoniada. El miedo de la población a los síntomas de esta enfermedad hacía que se apartaran de los que sufrían tales padecimientos. Esa marginación también se vio en Fontilles. El aislamiento del lugar también se debió al rechazo de las localidades cercanas de acoger un conjunto hospitalario donde se tratara a leprosos. Todavía se puede observar la inmensa muralla que levantaron para concentrar al sanatorio, bajo la creencia de un contagio a los vecinos de cercanas poblaciones.
El reportaje que realizó Pablo Villarrubia muestra que Fontilles era una especie de "pueblo de leprosos". En él había una carpintería e instalaciones deportivas; se realizaban corridas de toros; se celebraban bailes y todo tipo de actividades que distraían a los internos y que les hacía olvidar por momentos sus achaques.
Este reportaje de este periodista también refleja algunos testimonios de los pacientes que allí residen, así como los dramas particulares que tuvieron que pasar.
Algunos de estos entrevistados destacan el rechazo familiar, incluso después de superar la lepra. No les quedó más remedio que alojarse en el sanatorio, que les amparó y les cobijó.
El Sanatorio de Fontilles sirve de recuerdo de una vieja reverberación que servía para estigmatizar a quien tenía la desgracia de sufrir la lepra, como si de una maldición se tratase.