"No tengo más ningún respeto por mí mismo como actor. He decidido de volver al boxeo porque siento que estoy en el camino de la auto-destrucción." Así en los años 90 Mickey Rourke comentaba su necesidad de hacer boxeo. El actor estadounidense, ídolo indiscutible en los años 80, un verdadero icono del cine de esa época y consagrado sex symbol, ha sido siempre un personaje sui generis. Siempre adicto a alcohol y drogas, ha sometido en los últimos años su cuerpo a tremendas transformaciones, por lo que parece a menudo irreconocible.

Tal vez, no todo el mundo sabía que Mickey Rourke fue también un boxeador.

Primero amateur con 27 partidos disputados, y luego se convirtió en un profesionista en los años 90 con ocho encuentros, entre los que 6 ganados y 2 empatados. Su pasión por el boxeo no tiene nada que ver con el valor estético del noble arte, con la belleza de los movimientos armoniosos y la inteligencia estratégica que sólo el boxeo puede dar.

Como dicho hace muchos años por el mismo actor, para él el boxeo es autodestrucción, que conduce a la aniquilación de la mente y del cuerpo. La mortificación del cuerpo, el de un hombre que tiene más de 60 años que se sometió a increíbles esfuerzos para perder incluso 35 libras, pasa por la aceptación del dolor, y la misma se convierte en arte. No hay arte más noble como el boxeo, pero arte sucio, doloroso y maligno.

El nihilismo de Rourke marca una parábola que combina en manera sorprendente deportes y películas, logrando a fusionar las dos partes como probablemente nunca nadie logró a hacer.

Ya en la película The Wrestler, habíamos asistido a algo extremadamente realista, aunque era sólo una película. En su personaje era visible un dolor existencial puro.

Muchas heridas en el cuerpo del actor mostrados en la película son reales, como es real su cara destruida por una vida al máximo, con el pie siempre en el acelerador entre mujeres y alcohol. Lo que hemos visto en Moscú entre el actor y el boxeador Elliot Seymour, no es boxeo, sino un acontecimiento mediático que tiene poco que ver con la ciencia dulce que vio como protagonistas Dempsey, Robinson y Ali, pero Rourke va más allá, y estamos seguros que él nunca tuvo la intención de emular los movimientos de Ray Leonard, o la elegancia de un Mayweather.

El suyo es un boxeo primordial, el boxeo de las cuevas, mezclado a la decadencia del hombre moderno, en estilo whiskey y rock & roll, y se convierte en una metáfora de la aceptación del dolor. Una filosofía del mal interior que pocas personas entenderán quizá. Tal vez, íntimamente, el viejo Mickey habría querido morir allí en el ring, en cambio el viejo Rourke, en la segunda ronda golpeaba varias veces el hombre de 29 años de edad, Seymour, y por eso el árbitro ha decretado el nocaut técnico.