Julie Mennella, biopsicóloga del centro Monell, en Filadelfia, ha estudiado durante más de una década las preferencias humanas por ciertos sabores. Sus estudios, difundidos por la agencia de noticias EFE, concluyen que la preferencia de los niños por las golosinas no es solo un capricho, la clave de los gustos se encuentra en nuestros genes, ya que desde época muy antiguas, nuestros antepasados reconocían las sustancias venenosas o tóxicas debido a sus sabor amargo.

Según Menella, los seres humanos tenemos 27 receptores para los sabores amargos y sólo tres para los dulces.

Según la investigación, los niños forman asociaciones con la comida, incluso desde la gestación, pues se ha comprobado a través de las expresiones faciales que los bebés tienen preferencia por los sabores dulces y que rechazan los amargos.

La alimentación que los niños reciben durante sus primeros años de vida, también resulta ser una influencia muy importante en sus gustos, ya que si desde muy pequeños su cerebro asocia el placer por la comida con alimentos dulces, a la larga terminará aceptando muy poco los que no contienen azúcar. Los patrones alimenticios adquiridos en casa modifican la memoria genética, exigiendo más tarde las calorías que el dulce les proporcionaba.

El doctor Adam Drewnowski, director del Centro de Obesidad de la Universidad de Washington, realizó también una investigación sobre el tema, la misma que presentó durante la Serie Científica Latinoamérica.

En ella expuso que una de las razones por las que las personas prefieren lo dulce es porque provee la energía que requieren los niños para su crecimiento. Así que mientras vamos creciendo, el gusto por los sabores dulces va disminuyendo, hasta el momento en que nos convertimos en adultos, en donde comenzamos a disfrutar los sabores más complejos, incluyendo los amargos.

De este modo se entiende que, sin ser conscientes de ello, los niños prefieran frutas que les aporten mayor cantidad de energía como los plátanos, uvas o manzanas. De igual manera, los alimentos con alta densidad energética, como los postres o las papas fritas, les resultan irresistibles ya que están acostumbrados a ingerir más azúcar de lo que es recomendable.

Mientras tanto, las personas adultas prefieren comida con mayor densidad de energía, es decir, grasas, azúcares y sal, como el chocolate o las galletas, lo que deriva, si no se queman las calorías consumidas con ejercicio, en obesidad.