El 15 de enero de 1746 fallecía Felipe V, rey de España en el que la locura había hecho mella (creía ser una rana). Sin embargo, Fernando VI, su sucesor, destacó más aún que su padre en eso de "estar más para allá que para acá".
Su camino a la locura
Fernando VI nació en Madrid y fue el cuarto hijo de Felipe V. Creció sin madre y su madastra lo despreciaba, acrecentando su melancolía. Prácticamente no salió de la capital de España durante toda su vida, solo era visitado cuatro veces al día y sus salidas a tomar el aire se basaban en salir solo por los jardines reales y acompañado siempre de alguien.
Cuando subió al trono se encargó de mejorar la situación. En sus 13 años de reinado mejoró ligeramente la economía, se ocupó de que no se iniciaran guerras contra Inglaterra y creó la Real Academia de Bellas Artes (era un enamorado del arte). También fue el encargado de realizar una persecución a los gitanos que había en España, deteniendo y torturando a casi 10.000 gitanos.
El rey pierde la cabeza
El reinado de Fernando VI parece normal hasta que muere su esposa, la reina Bárbara de Braganza. Por tanto, el rey perdía a la única persona que apreciaba en su vida y su comportamiento cambió por completo. Sus constantes depresiones se vieron agravadas y según ABC, el monarca presentaba un "trastorno de adaptación con sintomatología depresiva reactivo a la muerte de su esposa".
Después de la muerte de la reina, Fernando VI se refugiará en el castillo de Villaviciosa de Odón (Madrid), donde su demencia aumentó en límites insospechados. Comenzó a obsesionarse con la muerte, creyendo en cada momento que iba a fallecer.
En esta etapa, a Fernando VI le dio por morder a todo aquel que se cruzara en su camino y a fingir que era un fantasma. Todo el personal que se encargaba de sus cuidados fueron víctimas de los ataques físicos del soberano, que se lanzaba contra ellos como si de un lobo se tratara.
El opio, la droga favorita del monarca
Es sabido que Fernando VI consumía opio para relajarse y remitir sus achaques depresivos. Pudo ser este el motivo de la locura del rey, cuya violencia comenzaba a ser desmesurada. No obstante, su salud fue a peor, se vio enclaustrado en una cama, y a pesar de que en Madrid la gente comenzaba a impacientarse, solo dejó libre el trono en el momento de su muerte, el 10 de agosto de 1759, en la localidad de Villaviciosa de Odón donde se había retirado. Su sucesor fue Carlos III, conocido como "el mejor alcalde de Madrid".