Vivimos tiempos turbulentos que desgraciadamente fueron predichos por George Orwell y Aldous Huxley. La permanente sociedad de bienestar nos ha obligado a sentir el mundo como si girara en torno a nosotros, en lugar de girar nosotros en torno a él.

El ser humano ha sido siempre tanto cruel como compasivo por naturaleza, y esas pulsiones, desde que el mundo es mundo, se han ido equilibrando de la forma que han podido. Si algo siempre ha sabido ser contenedor de nuestros instintos agresivos es la cultura y el afán de conocimiento, lo que nos ha permitido llegar a donde estamos.

Entiendo que el miedo a que las grandes guerras volvieran a sembrar la barbarie que protagonizó el siglo XX hiciese a nuestros abuelos y padres educarnos en un confort que las antiguas generaciones no tuvieron. Pero eso nos ha hecho psicológicamente más vulnerables, más infantiles, hedonistas en exceso y más narcisistas. Sin sentir peligros fuertes, nos acomodamos en un oasis de placer que a veces nos ciega nuestro potencial a la hora de crear proyectos sólidos y buscar el sentido de nuestra vida, que nos realice y nos haga estar en paz y equilibrio.

En el pasado las guerras y las catástrofes servían como aliciente para valorar la vida y sus oportunidades tal como es

Ahora la ausencia de problemas graves en Occidente nos ha hecho más superficiales e infantiles, acomodándonos a una burbuja que nos impide aprender genuinamente sobre el mundo.

Desde el principio de los tiempos, los hombres han asumido que estamos aquí de paso, que la naturaleza es aleatoria e injusta, que no podemos entender por qué nacemos, para qué morimos. El miedo y el respeto a la muerte, como reflejo del sentido de la vida, han ido siempre acompañados a nuestra cualidad como seres humanos, y han sido el germen de los mitos, las religiones, los sistemas de valores y creencias.

El amor, la fuerza más poderosa que existe, inefable e ininteligible, ha demostrado ser capaz de mover montañas frente al poder del odio y el caos. El amor por la familia, la pareja o la vida, y el pensar, el razonar, es lo que nos diferencia de las bestias, y lo que ha conseguido que colaborásemos aparcando la lucha constante; resultado: la economía.

Y eso que han tenido que pasar milenios de civilización para que la paz sea la guía de nuestras sociedades, aun teniendo que estar en perpetua vigilancia porque la máxima hobbesiana “el hombre es un lobo para el hombre” ha demostrado ser más real que el ingenuo buenismo rousseauniano.

Occidente es hoy pacífico gracias a Grecia, Roma y el judeocristianismo. Le pese a quien le pese. Y a cambio de grandes sacrificios, que se los debemos a nuestros ancestros, hoy vilipendiados. Por ello, las actuales mejoras en ciencia, en medicina, en industria y en telecomunicaciones parecen plantearnos un presente dorado si no se hubiese olvidado de tres factores íntimamente relacionados entre sí: la educación, la cultura y el conocimiento.

Lo que genera el mejor ambiente propicio para la libertad y la tolerancia.

El creer, delante de una pantalla, sin haber sufrido en propias carnes los dolores que antaño se sufrían por enfermedades entonces mortales, guerras y demás incomodidades, que el mundo gira en torno a nuestro antojo a veces nos hace pretenciosos, soberbios y viscerales.

Malentendemos las leyes de la vida, la naturaleza, el universo, la ciencia y la historia, imbuidos por el buenismo imperante que pretende condenar al ostracismo a la verdad para contentar los caprichos de los nuevos ciudadanos del XXI sentimentales y acomodados, para los cuales ver el mundo de forma objetiva conlleva demasiado dolor.

El sentimentalismo de las generaciones actuales nos impide ver con claridad y objetividad la realidad

Y sin entender los motivos naturales e históricos del ser humano y sin agradecer los progresos al mundo que ha traído consigo la civilización occidental

Mucha culpa tuvo el marxismo, heredero del espíritu del Terror de la Revolución Francesa, como moderna forma de ingeniería social despreciando las leyes económicas e institucionalizado el odio entre clases. Pero como decía hacerlo en nombre de la empatía con el pobre, su imagen hoy sigue blanqueada, y de aquellos polvos, estos lodos.

Al no triunfar como doctrina económica, sibilinamente penetró en las sociedades criminalizando nuestra cultura, nuestro modo de ser, siendo su nuevo blanco el hombre occidental heterosexual, degradando el feminismo sufragista primigenio y los movimientos por los derechos de los negros y los homosexuales hasta la hediondez que respiramos hoy día.

Institucionalizamos el asesinato de embriones humanos como derecho de la mujer, las mutilaciones genitales como solución a problemas mentales y sobreprotegemos a la mujer como ente débil, erigiendo un patriarcado, el que dicen destruir, que victimiza a la fémina y, cual inquisitorial norma moderna, apunta con el dedo al potencial agresor, siempre varón.

Como ya no sabemos qué inventar, desatamos la histeria colectiva sobre una potencial hecatombe climática desmentida por más de 500 científicos silenciados que parece hacernos querer desear volver al Paleolítico, cuando por cierto o matabas o te mataban; que ironía que los defensores de la convivencia real entre humanos y bestias, empíricamente vivida antes del Neolítico en una ley de la jungla de agresión entre especies, digan que es asesinato matar animales para nuestra propia nutrición: claramente, otro ejercicio de institucionalizar la ignorancia de las leyes de la vida y la naturaleza.

Tantas y tantas cosas vociferadas por la dictadura de lo políticamente correcto, que, como su propio nombre indica, es correcto en lo diplomático, pero se aleja de lo real, lo auténtico; hoy matar embriones es un derecho, las condenas judiciales discriminan por sexo, los hombres ya no necesariamente tienen pene ni las mujeres vagina, los niños no tienen por qué tener un padre y una madre, ser ateo es guay y ser religioso carca, ir en avión o usar electricidad mata el planeta, comer carne está mal visto, se puede alardear de ser comunista —demostrando en hechos lo contrario—, la ideología que dio alas al mayor genocidio del pasado siglo, pero sólo se puede condenar el nazismo —obviamente también intrínsecamente perverso, pero no menos que el marxismo—, los golpes de estado son presentados como intentos de liberación popular, el terrorismo es blanqueado, defender una inmigración regulada es xenofobia y querer y defender a tu país es fascismo.

La base de negación de la realidad en pos de un futuro prometeico se halla en el marxismo

Al fracasar en su vertiente económica trasladó sus aspiraciones a lo cultural: utilizando a los antaño colectivos oprimidos, mujeres, negros o homosexuales, para cimentar un odio que se erige como obstáculo de la libertad y la igualdad

Como no podría ser de otro modo, mucha culpa la tienen los medios de descomunicación, como bien dijo el periodista Ryszard Kapuściński: “Cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante”. Atentados constantes contra la verdad desde que la prensa se envolvió en el sensacionalismo, y la televisión consiguió llegar a todos los públicos vendiendo estos nuevos relatos de posverdad como garantía de impedir el florecimiento de la denostada lucidez de la ciudadanía.

Porque si algo ha sabido hacer la televisión es hacer propaganda de los nuevos ideales progres aprovechándose de su enorme influencia como medio audiovisual por excelencia, después de los dorados años de un cine que nunca volverá a ser el reflejo de lo que fue.

Contradictorio es el papel que juegan Internet y las redes sociales, que parecen convertirse en el bastión inexpugnable de defensa y difusión de la verdad, frente al potencial convencional del poder mediático de asunción de los cánones políticamente correctos. La ciudadanía parece tener esperanza a pesar del poder de los titulares en la red frente a la información y su sobreabundancia.

Y, como habíamos enunciado, la educación, caso paradigmático el de España, ha sido abandonada en pos de una relectura buenista sobre nuestra civilización, siendo la escuela pública el universo de la lobotización de las conciencias en la que se enseñan los dogmas del Estado, en lugar de potenciar la curiosidad, el conocimiento y la cultura.

Frente a los poderes mediáticos convencionales, prensa, radio y televisión, aliados de las nuevas mentalidades buenistas, junto al control doctrinario de la educación, Internet y las redes sociales pueden ofrecer un campo de intercambio de información garantía del florecimiento de un espíritu crítico que la nueva censura pretende destruir

Porque todo el pensamiento políticamente correcto que campa a sus anchas como nuevo virus del comienzo de siglo, se olvida de los verdaderos problemas del hombre, que son la existencia todavía de guerras en el mundo, el terrorismo islámico o la pobreza y el hambre en diferentes naciones subdesarrolladas o en vías de desarrollo; cuestiones que en la mayor parte de casos se atienen a problemas culturales que vemos demasiado lejanos y se encuentran enfrascados en las sociedades cuyas élites siguen siendo hoy por hoy enemigos de nuestras sociedades libres; por más que sea “guay” empatizar con la cultura musulmana que lapida homosexuales y mutila genitales femeninos, o nos creamos moralmente superiores por tuitear desde un iPhone que la pobreza en África es culpa del capitalismo, sin analizar con objetividad la historia de corrupción de muchos de los líderes de ese continente; brillante, según el presidente mexicano, exigir a España que pida perdón por la conquista de América, pareciendo olvidarse de las tropelías del Imperio Azteca o de que Isabel la Católica fue la primera en institucionalizar el reconocimiento de los derechos de los indios, y por ende la primera declaración universal de derechos humanos.

La Biblia, uno de los libros más fascinantes del hombre, ya recoge la idea de “quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra”, pues es muy fácil criticar al otro y demasiado complejo ser crítico con uno mismo.

Nuestra arrogancia nos hace ser inmisericordes con nuestro legado histórico y cultural

Encumbramos a los altares a sociedades realmente alejadas del progreso, y que constituyen un potencial y real peligro para el futuro de la humanidad.

En resumen, una sociedad en cierto modo infantilizada, vulnerable al pensamiento crítico, apoyada en unos medios serviles al poder político y que ha aparcado la educación, la gran garantía del verdadero progreso, al calor de la falta de consistencia y solidez.

Una sociedad que se desentiende de la verdad, por ser cruel y dura en ocasiones, relegándola al olvido y pretendiendo crear un nuevo mundo colorista que, sin límites, engendra monstruos. Parece que las palabras del insigne escritor C.K. Chesterton se hacen más reales que nunca: “Llegará el día en que será preciso desenvainar una espada por afirmar que el pasto es verde”. Éste es el mundo de la posverdad, y sólo la conciencia crítica puede hacerle frente.

Cabe decir que este artículo es susceptible de ser mal visto por la opinión pública general, y que hoy levante polémicas debería ser sano si las polémicas, reflejo del enfrentamiento sano de opiniones, en la nueva dictadura de lo bien visto, no fuesen algo con sentido peyorativo. En la nueva era de la censura por riesgo de “ofender” las grandes obras de la literatura serían prohibidas por machistas y eurocéntricas; en España algunos cuentos de hadas ya han sido retirados de escuelas. Es tarea de valientes luchar contra esta vuelta a la quema de libros medieval, contra esta Inquisición mundial que fabrica nuevos herejes al calor de sus más espurios intereses.