Parece que todo aquel que se decide por cursar los estudios de Historia del Arte en la universidad debe acabar directamente por la rama de la docencia y/o de la investigación y tesis doctoral, y, con un poco de suerte y tiempo, catedrático. Pero, ojo, no por ello estoy en contra de quien se quiera dedicar a la docencia y/o investigación, pues la considero una muy admirable salida profesional, pero creo que hay demostrar a la sociedad que no son las únicas salidas profesionales de nuestra disciplina. Pues, como apunta D. Gonzalo Borrás, la investigación y la tutela del Patrimonio Cultural están estrechamente imbricadas.

La Historia del Arte es muy amplia y con ello, la intrusión profesional es mucho mayor que en otras profesiones

En primer lugar, el trabajo debe estar basado en la interdisciplinariedad. En Conservación y Restauración de Bienes Histórico-Artísticos, Muebles o Inmuebles, cualquier acción debe estar realizada por un equipo interdisciplinar en el que se reúnan y lleguen a un consensuado diálogo diferentes profesionales de la Arqueología, Arquitectura, Historia del Arte o de entre las disciplinas que se requieran; y que cada uno tenga definidos sus límites de actuación y los criterios lo suficientemente clarividentes para que tengan validez en la toma de decisiones y la puesta en valor del Bien a tratar.

Pues ha resultado evidente que toda visión unilateral y simplista del pasado siempre ha generado -en cualquiera de los casos- soluciones bastante pobres e insatisfactorias.

Errores tan actuales como el caso del claustro encontrado en la finca privada de Mas del Vent en Palamós (Gerona) o las intervenciones de los famosos casos del Teatro de Sagunto y de la antigua plaza de Toros de las Arenas en Barcelona, entre otros, claros ejemplos de intrusismo profesional en nuestra disciplina, donde son otros profesionales ajenos a nuestra profesión (e incluso, en muchos casos empresarios), quienes realizan labores propias de un Historiador del Arte (tales como las de identificación, documentación y toma de decisiones del mismo).

Esto provoca una falta de credibilidad científica que denota una “invisibilidad profesional” en nuestra disciplina y una inexistencia de una metodología de trabajo objetiva, reconocible, seria y veraz. El problema radica en la actitud tomada por parte de nuestra disciplina, la falta de convicción y el compromiso social.

Dicha carencia de Historiadores del Arte en la toma de grandes decisiones acerca de nuestro Patrimonio Histórico fue derivada de la disparidad de estudios, de la interdisciplinaridad y, sin duda, del intrusismo profesional que nos vemos afectados.

La interdisciplinaridad e intrusismo en el papel de las Humanidades en general es tal, que falta una clara fundamentación de definición del Patrimonio Cultural y las labores de tutela o protección del mismo mediante su conocimiento, su puesta en valor, mantenimiento, etc. Cada profesional debe conocer cuáles son sus límites de actuación, y ello se debe resolver gracias a ese diálogo interdisciplinar de hablaba antes.

La Historia del Arte necesita una regulación clara de sus competencias

Resulta patente una falta de regulación de nuestra disciplina. Nuestra profesión debe estar normalizada como lo está la de un arquitecto o un arqueólogo. ¿Por qué ellos sí tienen claras y delimitadas sus competencias profesionales y nosotros no?

¿Qué nos falta, o qué podemos hacer para superar esta brecha profesional? En las siguientes líneas intentaré abordar –aunque sea brevemente– las causas y unas posibles soluciones. En verdad, pocas veces se nos requiere en decisiones e intervenciones de este tipo, y, en caso de contar con nosotros, simplemente es como meros documentalistas. ¿Por qué ocurre esto? Pues bien, se constata una cierta indefinición de nuestras competencias, una falta de regulación y consideración profesional.

La existencia de una falta de conciencia, en general, de la importancia de conocer todos los valores y potencialidades que atañen al Bien a analizar para establecer unos criterios de intervención. No se puede abordar cualquier intervención sobre Patrimonio –y menos en lo que a Restauración se refiere– si no se tiene un conocimiento global del Bien; de lo contrario, como apunta Raquel Lacuesta en su artículo para la revista E-RPH (2007), estaríamos haciendo tabula rasa y por lo tanto, no llegaríamos a la esencia del mismo.

Hace falta una reflexión del propio Historiador del Arte ante sus competencias en su intervención en Patrimonio Cultural. Las más claras son las de documentación, catalogación, tutela e interpretación... pero hay muchas más.

La primera de todas ellas es la de realizar informes histórico-artísticos, basándose en los conocimientos que le da su disciplina:

1) Conocer para conservar. Sin conocimiento no se puede intervenir en Patrimonio Histórico. Antes de realizar trabajos de Conservación y/o Restauración es necesaria una primera aproximación y qué criterios se van a adoptar sobre el Bien a conservar y ello, debe contar siempre con la presencia y decisiones de, al menos, un Historiador del Arte, entre el equipo interdisciplinar que apuntaba antes.

Sólo así no se caerá en los errores del pasado en cuanto a malas decisiones en lo que a conservación y restauración se refiere.

2) Conservar para conocer y conservar para experimentar. En primer lugar, debemos aspirar a conservar los datos materiales y su legibilidad para que pueda seguir siendo legible el Patrimonio. En segundo lugar, aspirar a conservar las características que lo diferencian y lo caracterizan para terminar por conseguir esa legibilidad. Dicho conocimiento debe basarse en el estudio de sus datos históricos y culturales, del carácter del lugar que define su arquitectura como fuente de diálogo, además del conocimiento de la experiencia del lugar en la percepción de la materia, gusto y conocimiento sensible.

3) La búsqueda de la compatibilidad en las intervenciones de restauración. En definitiva, buscar un equilibrio entre la conservación y las necesidades que el propio edificio manifiesta (principio de permanencia del mismo) y sus habitantes requieren (principio de habitabilidad).

4) Minimizar el impacto sobre el carácter y la experiencia. Es necesaria una reflexión sobre la necesidad de conservar las propiedades materiales que definen y caracterizan el lugar y que el hombre experimenta: conservar la heterogeneidad de los materiales, conservar la complejidad de las relaciones, conservar la fragmentación de los elementos y las partes, conservar la espontaneidad del fragmento dentro de su contexto estratigráfico y semántico (evitando su descontextualización), conservar la mutabilidad ligada al tiempo antrópico (conservando la superposición de las diferentes fases), y al tiempo natural (conservando el envejecimiento natural de los materiales).

La existencia de una falta consideración social y desconocimiento de nuestra disciplina, así como de todo lo que ésta puede aportar al proceso. Desconocimiento que ha tendido a limitar nuestro trabajo en una simple labor de documentación, junto a un análisis estilístico o una descripción formal. Pero es evidente que esta es una mínima parte de nuestra labor, la cual debe ser mucho más profunda, llegando a la comprensión global del Bien Cultural a tratar, labor que sólo se podrá realizar óptimamente con el bagaje histórico-cultural, la sensibilidad y actitud reflexiva que posee el Historiador del Arte.

Afortunadamente, desde el ámbito andaluz se ha creado la primera asociación profesional de Historiadores del Arte (APROHA), con sede en Granada e impulsado por la universidad de esta ciudad, para regular las competencias profesionales que tiene esta disciplina de la manera más clara posible y establecer la dignidad de esta profesión. Uno de sus primeros méritos es que el Instituto andaluz de Patrimonio Histórico ya reconozca la profesión del Historiador del Arte como habilitante junto a las de otras como guías de turismo, etc.