Ha habido directores y actores a mansalva a lo largo de la historia y solamente una parte muy pequeña de ellos serán rememorados por los siglos de los siglos. Ya sea por su innovación, por su carisma o por su talento, hay algunos de ellos que quedan grabados en la memoria. Y aquí la pregunta del millón, ¿por qué?

Muchas veces cuando te sientes en una sala de Cine a ver una película, que recomiendo que hagas desde arriba porque el sonido es mejor y porque tu cuello te lo agradecerá, no pienses en si el actor es un patán que dice tonterías en redes sociales o cuál es su visión de cara las relaciones homosexuales.

Un actor precisamente es aquel que cambia de cara y su persona entera cuando está delante de un público ya sea en el teatro o en el cine. Y muchos de ellos, a pesar de su imagen pública, son brillantes. El buen actor es aquel que sabe medir sus palabras (bueno, más bien las palabras del guionista) y hacernos sentir algo. Porque no es lo mismo repetir un verso de Shakespeare en voz monótona y rápida que despacio y habiendo practicado antes un par de veces para saber dónde enfatizar ciertas palabras.

¿Sabéis ya por dónde voy? Más o menos supongo. El cine es un Arte, un arte en movimiento que tiene que hacernos sentir algo y no hay una emoción más válida que otra, otra cosa es la ejecución. Pero cuando una película consigue hacerte sentir alegría, pena, frustración, empatía, fuerza, llorar o ponerte nostálgico, entonces es que ha conseguido su propósito.

El aburrimiento no está incluido en esa lista por cierto.

Si miráis las últimas películas que han ganado el Oscar a la mejor película son muchas de ellas historias o de superación, o de profundos sentimientos o de valor o que promueven principios de honestidad y bondad. Muchas de ellas son obras maestras que quedarán impregnadas en la memoria de muchos amantes del cine mientras otras, a pesar de no haber recibido Óscars, siguen siendo iconos de la historia del séptimo arte.

Entonces, ¿cuál es el objetivo? ¿Sólo ese?

A mi parecer va mucho más allá, va de hacer algo bello, que no siempre tiene que ser una historia de amor. Es por eso que las películas de Disney en su mayoría son galardonadas, porque tienen algo mágico que no se puede explicar que les hace ser muy bellas. Muchas producciones incluso que no tratan de una historia de amor como Braveheart o En Tierra Hostil consiguen que cuando recuerdes la película no veas un baño de sangre, sino unos fotogramas o ciertas escenas que te hagan pensar: “Se me ponían los pelos de punta sin saber por qué” o “Simplemente la película tenía algo que hacía de este tema algo de lo que se podía hablar durante dos horas”

¿Quién no recuerda Avatar, Gladiator, Forrest Gump o La La Land?

¿Sabéis qué tienen todas en común? Que a la gente le hace sentir algo. Muchas películas, y esto lo sabes escuchando un poco lo que la gente comenta cuando acaba la película no te dejan maravillado o pensando en el conflicto que tenía la película.

El cine es una ventana de escape del mundo convencional donde la gente no puede pararse a contemplar ciertos momentos que en realidad son mágicos. Para eso, nos refugiamos en una sala de cine no para olvidar el mundo, sino para que alguien nos recuerde por medio de unas fotos puestas una al lado de otra, algo que debemos a los hermanos Lumiére, que encabezan esta noticia, enseñándolas muy rápido que su arte, su visión, su manera de ver su película puede conseguirte hacer reír o llorar o las dos y esa es la razón por la que lo amamos.