Ha sido una espera bastante larga desde que el 15 de julio del año pasado viera la luz la primera temporada de Stranger Things y se convirtiera en un fenómeno mundial, hasta el pasado día 27 de octubre que Netflix ha publicado la segunda temporada. Es un trabajo difícil conseguir que una secuela esté a la altura no sólo del éxito de su predecesora, sino también de su calidad. Es algo con lo que nos encontramos continuamente no sólo en el mundo de la televisión sino también del cine.
Lo bueno es que tras esta larga espera, podemos decir que ha merecido la pena.
Stranger Things jugaba con unos elementos muy concretos en su primera temporada, elementos que la llevaron a estar entre las más vistas y comentadas del año, y cómo jugar con ellos en una continuación suponía todo un reto. Sin embargo si algo funciona, ¿para qué cambiarlo? Y eso debió ser lo que pensaron los hermanos Duffer cuando idearon esta segunda temporada.
Los años 80 como catalizador
Si algo gustó y llamó la atención de la serie en su momento fue la época en la que se desarrollaban los hechos. Los años 80 suponen un periodo nostálgico para los treintañeros actuales, que suponen un rango muy grande de público potencial de Series y películas. Apostar por esta década, y por la enorme cantidad de referencias que pueblan la serie, fue todo un acierto, pero si sólo se hubieran quedado en esto, la serie no habría pasado de una mera curiosidad.
Lo que la hacía diferente e interesante es que, tras esta primera capa de nostalgia, existía una obra con un gran trabajo detrás. Este trabajo se centraba principalmente en el grupo los cuatro amigos protagonistas. En torno a ellos giraba toda la historia, y este epicentro dramático se veía acompañado por unos buenos personajes secundarios.
En esta segunda temporada, el protagonismo como tal de este grupo ha variado un poco. Los límites de la trama se expanden y engloban a otros personajes, que cogen más peso en la historia y que desarrollan otras subtramas entre ellos muy interesantes. En este grupo se podría englobar el sheriff Hooper o la madre de Will, magníficamente interpretada por Winona Ryder.
Además, este año de evolución ha servido no sólo para que el espectador asimile y madure todos los matices de la primera temporada, sino que los propios personajes de la serie han sufrido esta evolución. Los tintes infantiles e inocentes que poblaban la anterior temporada aquí dan paso a unos personajes más curtidos, más preparados y conscientes de su toma de decisiones, aunque sin dejar de lado la consciencia de que siguen teniendo 13 años.
Ciencia Ficción de calidad
Aparte del trabajo de personajes y de las subtramas que se desarrollan entre ellos, la ciencia ficción vuelve a estar muy presente en esta segunda temporada. En la primera se centraron en Eleven y sus poderes, aparte de la parte del antagonista al que los niños tuvieron que enfrentarse.
Aquí se toma esa idea y se magnifica, en el sentido más literal de la palabra, al a vez que se interioriza su influencia en los protagonistas, especialmente en Will (de nuevo).
Los efectos visuales toman mayor importancia en la segunda temporada, lógicamente tras observar el éxito de su predecesora habrán contado con un presupuesto mayor en esta ocasión. Y eso se nota en algunas escenas realmente impactantes. Eleven vuelve a ser la protagonista de estas escenas, aunque la serie se reserva algunas sorpresas con personajes nuevos (algunos demasiado prescindibles, la verdad) y con un protagonismo mucho más disuelto que en su primera temporada.
Lo bueno es que los creadores han sido conscientes de qué funciona y qué no en su serie, y han sabido como trabajar todo ello en la segunda temporada.
Se trataba de una prueba de fuego para ver si se podría convertir en una historia más larga sin dar la sensación de estirarla demasiado pero, al menos para mi, lo que se me esta haciendo largo es la espera hasta la tercera temporada. Y supongo que para cualquiera que disfrutara de la primera también lo hará con esta segunda.