Pablo Ráez ha muerto. Esta vez no ha salido un hombre con orejas desmesuradas, en pantalla de televisión a dos colores, para dar una noticia de estas características. Sentada en el sofá, después de superar una larga jornada, reviso mi cuenta de Facebook. En ella, las novedades que aparecen no revelan grandes cuestiones: personas disfrutando de una terraza; otros, quejándose por no poder disfrutarla y, de repente, "Muere Pablo Ráez, el joven que consiguió que aumentaran las donaciones de médula".

Es cierto. No lo conocía. No había intercambiado ni una sola palabra con él ni siquiera había pensado en él durante la última semana; pero algo dentro de mí hizo que el mundo se encogiera un poco más.

El primer pensamiento que produjo mi mente fue "qué injusto es cuando no sólo basta con querer". Y así es. Qué injusto es ver como alguien con la fuerza de voluntad de Pablo Ráez haya perdido la última batalla en la que salió a ganar. Y aunque con pocos escudos, con todas las armas de las que disponía. Qué injusto es ver como Pablo, el chico que consiguió que todos nos sensibilizáramos con la leucemia y la donación, haya perdido su guerra. Ganó batallas y quiso vencer la guerra, pero qué injusto.

En ese momento, el mundo que se había hecho más pequeño encendió una luz para mí. Precisamente, después de ver ese "timeline" de la red social más famosa entendí todos los mensajes que Ráez quiso trasladarnos desde su trinchera.

¿Imaginan que se pasan un día entero de mal humor porque, por los motivos que sean, no pueden disfrutar de una terraza al sol y que al día siguiente le digan que usted, o alguien de su entorno, tiene Leucemia? Resulta patético otorgar importancia a cuestiones tan superficiales como esa y no saborear "cada bocanada de aire", como siempre escribía Pablo en su Instagram, siendo conscientes de que tan solo tenemos garantizado el minuto presente.

Es por eso que, inmediatamente después de asimilar todo ello, entendí, también, que Pablo Ráez no ha muerto ni lo hará nunca. El joven con leucemia que saludaba con una sonrisa a cada fase de la vida consiguió que aumentaran las donaciones en más de un 100% y, de forma inevitable, alguien, en alguna parte del mundo, recibirá esa donación que le salvará la vida.

Eso, solo puede ser gracias a la labor que llevó a cabo este gladiador sin pelo, que, como digo, siempre lo vamos a recordar marcando músculo y con una sonrisa mientras nos recuerda una y otra vez "siempre fuerte"