A Enrique Bunbury no se le puede negar su intención por dar siempre una nueva vuelta de tuerca a su motivo, ya sea con cada disco o con cada fase de las suyas; creativa, mejor dicho.

Siempre habrá quien le niegue entre tanto, por ejemplo, rechazando su complejidad vocal y su gestualidad más de un desbocado 'cancionero' de los de antes... y también quien le tenga incondicionalmente en lo más alto de su altura personal y lugar particular, como lo viene siendo desde que empezó en esto, así que difícilmente nada de lo que haga ya podrá convencer al detractor o al amante.

NIVELES RENOVADOS

Y es que esta vez tocaba presentar nuevo disco, bien llamado Expectativas, volcado en sonidos más electrónicos que acústicos. El artista ha dejado atrás los aires latinos por nuevos ecos de escuelas más apegadas del sonido europeo sumado con letras directas, que apelan a diversos mensajes calientes.

Lo cierto es que esto indica mucho de quién es. Quiso hacer otro camino. Porque puede. Cuajando y llenando un trabajo coherente pero discordante con todo lo que hizo anteriormente. Pronto se vería encima del escenario que aquella figura enfundada de tipo duro tenía mucho más que ver con los principios de David Bowie.

Para renovar este sonido optó por recurrir a un instrumento prácticamente olvidado en esto del rock. A lo que si hablamos de rock y concretamente el español, el saxo, directamente, es elemento dejado; Él lo volvió a lucir. Como otro de los detalles que aporta: los teclados y los sonidos en secuencia. Así, como ya dijo una una vez su admirado Iván Ferreiro, lo digital convive con lo analógico (que aportan guitarras, bajo, batería, el mismo saxo). Esa es la clave de este disco, con el que buscó adentrarse en el día de hoy, sonar a 2017. Y, de paso, su desmarque.

SU MARCA INTENSA

La jugada le sale bien. Según se desarrolla el álbum, sin embargo, se vislumbra una salida, un refugio, un momento para cerrar los ojos y ausentarse del ruido y la furia.

"Para mí los poetas, los músicos, los grandes cineastas, los pintores... son santos que nos ofrecen milagros con los que curamos o aliviamos nuestras heridas y dolor", como se dejaba notar recientemente en una entrevista con Europa Press.

Puede ser que sea una de sus mejores obras, o fácilmente para colocarla dentro de su gran círculo, ya que, como suele, es algo intenso y bien resuelto musicalmente. Pero como diría él, "el hartazgo había llevado a un levantamiento, pero las aguas nos devuelven a un callejón sin salida", en el que el papel más importante es que está al otro lado, ese es su éxito. Y lo conoce muy bien, como éste a él. "Tener un público con el que compartir tu necesidad de expresión".

"Mi deseo siempre es que haya nuevas generaciones que descubran el repertorio o se emocionen con el nuevo material, pero hay cosas que no puedes forzar. Lo que expreso en mis canciones es lo que creo oportuno y la conexión con la audiencia es un milagro por el que me siento muy agradecido".

Se ha atrevido a darle una colleja a quienes, al contrario que él, gustan de permanecer anclados en aguas conocidas. Así que, más allá, de todo, se hizo con la actitud correcta. O al menos la suya. Y qué bien.