En medio del terremoto mediático que suponen las Series de televisión, con producciones como Juego de Tronos que despiertan la imaginación y la ansiedad de numerosos seguidores, existen pequeñas joyas que tratan de ser una bofetada con guante blanco a la sociedad actual, sus valores y la irremediable y recíproca relación de dependencia existente entre la tecnología y el ser humano. Y en esto precisamente reside lo particular de Black mirror, puesto que más allá de efectismos visuales, se trata de manchar nuestras manos de sangre sin ser partícipes directamente del asesinato, es decir, juega con la conciencia del espectador con el fin de reflexionar, verbo de imperante necesidad que se ha llegado a convertir en obsoleto ante la excesiva facilidad que brinda esta era de la información.
¿Qué mensaje nos transmite la serie?
Con una ironía tan sagaz y directa a la vez, que nos hace cuestionar los cimientos sobre los que se asienta nuestro tan a veces predecible futuro, nos recrea situaciones que no son más que lo que hoy somos llevado al extremo. El continuo cuestionamiento sobre los usos de la tecnología y de la efímera inmortalidad que siente el hombre frente a la pantalla retrata nuestro lado más esperpéntico e incoherente. Black mirror explota nuestros miedos e inseguridades y los transporta a un mundo de ficción en el que el ser humano es una marioneta en manos de nuestros valores actuales. Retrata el patetismo de la superficialidad que día a día plasmamos en las redes sociales y que acaban reduciendo la dignidad humana a una simple valoración virtual (un like, una puntuación), el efímero poder que la soledad de la pantalla le proporciona al débil para dejarse llevar por los instintos más inhumanos posibles.
Es el "Gran Hermano" de esa distopía fundamental como es 1984 transformado en un compañero de viaje constante al que cedemos nuestros derechos sin pudor alguno mientras navegamos (sin seguridad alguna, no os engañéis a vosotros mismos) por la red. Sin embargo, esta tercera temporada da un paso más allá y pone sobre la mesa la posibilidad de amar de aquellos para los que la vida dejó de ser tal, la oportunidad de ser más allá de los límites de la propia existencia.
Interpretaciones aparte de esta nihilista vital que aquí escribe, en un intento de inhalar un poco de aire en esta atmósfera asfixiante, no me queda otra que reconocer la necesidad de series como esta, que nos hagan al menos reflexionar durante un par de horas sobre este mundo en el que nos encontramos inmersos, donde cada vez menos importa la aceleración de los latidos cuando esa persona te observa a un palmo de distancia, el desinterés de entregarnos a los demás sin necesidad de estar expuesto en la comunidad virtual, en resumidas cuentas, este mundo incierto donde la apariencia es el todo y el amor, en demasiadas ocasiones, la nada.